Reflexiones sobre el autoritarismo y autogestión en tiempos de covid
Esta es la segunda parte de una entrevista con el recientemente fallecido David Graeber, que brinda su visión sobre el autoritarismo y la autogestión en tiempos de covid y analiza la psicología emocional de la deuda.
por Lenart J. Kučić para la revista Disenz
¿Qué tipo de Estado veremos consolidarse tras la pandemia? Muchos dicen que supondrá un resurgimiento del socialismo, señalando ejemplos como la nacionalización parcial de la red ferroviaria en el Reino Unido o la puesta a disposición del gobierno de los hospitales privados en España. Otros avisan del auge de Estados más autoritarios, como hemos visto en Hungría. Hay quien opina que el poder estatal podría ser emancipatorio, partiendo de la regularización de industrias clave y la priorización de la ciudadanía por encima del beneficio económico.
Creo que, ante todo, cuando nos hacemos la pregunta: “¿quiénes han sido más eficaces a la hora de gestionar la pandemia?” tenemos que evitar caer en falsas dicotomías: autoritarismo contra democracia, socialismo contra capitalismo, etcétera. No hay evidencias tangibles de que los Estados autoritarios funcionen mejor. Evidentemente, esa es la narrativa impulsada por China, y se trata de una visión que ha arraigado mucho en el Sur Global durante estas últimas décadas. China se concibe como la única alternativa viable al modelo neoliberal propagado por instituciones como el FMI y el Banco Mundial. Es cierto que China no ha seguido las recetas neoliberales y se han negado a liberalizar al sector financiero, entre otros. Esta combinación de financiación fácil mediante créditos “corruptos” del sector de la construcción, por ejemplo, ha sido adoptada por India, Turquía y gran parte de América Latina, y es vista como la única estrategia de desarrollo factible para que las naciones pobres alcancen niveles relativos de riqueza. Pero la idea de que todo esto sólo ha sido posible porque el gobierno Chino ha forzado a su pueblo a sacrificar libertades políticas y sociales es completamente gratuita. No hay evidencia para señalar que una cosa es consecuencia de la otra.
¿Pero por qué se sigue presentado a China, Corea del Sur y Singapur como modelos a seguir? ¿No han tenido acaso los mejores resultados a la hora de controlar la pandemia? ¿No está esto relacionado de alguna manera con la disciplina social?
Hace poco leí un estudio muy interesante contrastando la gestión de la pandemia por parte de regímenes autoritarios y otros que no lo son. Los autores concluían que el grado de autoritarismo es un factor irrelevante. Lo más importante es el grado de confianza de la gente en los mensajes del gobierno, las instituciones públicas, los medios de comunicación y el establishment científico. No existe una relación sistemática entre lo que se describe como “democracia” y ese tipo de confianza en las instituciones. Aquí en el Reino Unido tenemos una de la democracias parlamentarias más antiguas del planeta, pero el gobierno y la prensa nos mienten de un modo tan sistemático y descarado que tenemos el menor grado de confianza en los medios de comunicación de toda Europa, junto con Italia y seguidos de España, si no recuerdo mal. En Estados Unidos, la derecha ha encontrado una forma de beneficiarse de este clima de desconfianza generalizada. Todo son “noticias falsas”; vivimos en un laberinto de espejos. Ante esto, quizás mejor votar el tipo este (Donald Trump, Boris Johnson) que al menos es lo suficientemente sincero como para admitir que está mintiendo. Así al menos me convierto en cómplice; ya que el mundo está formado por estafadores y y por estafados al menos estaré en el bando ganador.
Pero hay algo más en todo esto. Creo que lo que necesitamos en realidad es un análisis preciso de lo que llamamos “centro político” que, en muchos sentidos, es una ideología política extraordinariamente perversa.
¿El centro político?
¿A qué se refería realmente la población de clase media (básicamente, los miembros de la clase formada por profesionales y directivos, que constituye el núcleo del centro político) cuando en (la década de) los años 80 y 90 comenzaron a describirse como “liberales en lo social, conservadores en lo económico”? Significaba que aceptaban un orden social en el que la izquierda moderada se hacía cargo de la producción de personas, por así decirlo, gestionando los hospitales y las universidades, mientras que la derecha moderada estaba a cargo de la producción de petróleo, ropa y carreteras. De la misma forma en que los movimientos sociales de izquierdas atacan a los directores ejecutivos y los acuerdos comerciales, las derechas atacan la autoridad de las personas que gestionan el sistema educativo o sanitario, es decir, a profesores y científicos. Pensemos (por un momento) en el creacionismo, el calentamiento global o en el aborto. En realidad todo esto es una guerra de posiciones, sin demasiado futuro. Ningún bando va a ganar; tan probable es que la derecha radical consiga poner iglesias evangélicas a cargo de la reproducción social como que la izquierda radical convierta Bechtel, Microsoft o Monsanto en colectivos autogestionados. Lo que la derecha radical puede hacer es debilitar la credibilidad en los expertos y, obviamente, cuanto más poder alcancen más incompetentes absolutos pondrán en posiciones de autoridad. Y así es como se retroalimenta el conflicto.
El resultado es una sala de espejos sin fin en la que todo es o podría ser una mentira. Estos son los lugares en los que ahora se están apilando los cadáveres. Y no se puede culpar a la gente por desconfiar cuando se tiene un país como Reino Unido, donde se supone que no podemos saber los nombres de los científicos del comité asesor del gobierno durante la crisis sanitaria pero, de alguna forma, sabemos que dos de los miembros del comité son propagandistas tories sin ninguna formación científica. Parece que quisieran que sepamos que no debemos fiarnos.
¿Y si los gobiernos poco fiables también se volvieran más autoritarios...?
Es que es la pescadilla que se muerde la cola. Hay una paradoja en todo esto. La gente confunde el antiautoritarismo con una oposición a cualquier tipo de autoridad intelectual, incluso a cualquier visión compartida de verdad, justicia e incluso realidad física. Como si insistir en cualquier forma de verdad fuera equivalente al fascismo. Pero claro, si no existe la verdad, ¿por qué entonces el fascismo es un problema? ¿Qué motivos tienes para oponerte al fascismo, aparte de que no sea de tu gusto - un mal argumento si resulta que a otras personas sí les gusta? Bueno, hoy en día ese tipo de relativismo absoluto está desapareciendo de la izquierda al mismo tiempo que está siendo acogido de forma agresiva por la derecha. Y, en ese sentido, el autoritarismo acaba de sufrir un duro golpe, al menos el de cariz populista. Es realmente, como algunos dicen, un culto a la muerte, un tipo de suicidio en masa.
La gente confunde el antiautoritarismo con una oposición a cualquier tipo de autoridad intelectual, incluso a cualquier visión compartida de verdad, justicia e incluso realidad física. Como si insistir en cualquier forma de verdad fuera equivalente al fascismo. Por eso mismo creo que no deberíamos limitarnos a debatir sobre la naturaleza del futuro gobierno: ¿será más autoritario, socialista, nacionalista, emancipador...? Lo realmente significativo es la manera en la que las personas se están autoorganizando como nunca antes. Cuando comenzó la pandemia, lo primero que ocurrió en el Reino Unido fue que todos los barrios comenzaron a establecer sus propios grupos de ayuda mutua para identificar y ayudar a las personas más vulnerables: personas sin familiares ni ayuda, personas mayores… Los llaman así, grupos de “ayuda mutua”, como la antigua expresión anarquista. Hay cientos de ellos solo en Londres.
¿Es esto un ejemplo del antiguo proverbio que dice que todo el mundo se convierte en socialista (o anarquista) durante las crisis?
En mi barrio (y vivo cerca de la torre Grenfell) la gente ya es consciente de que el gobierno es básicamente inútil en una crisis. Cuando el incendio tuvo lugar hace dos años, no estuvieron a la altura pero ni por asomo. Uno se imagina que el gobierno de un país con la quinta economía más grande del mundo habría sido capaz de encontrar un lugar donde alojar a unos pocos de cientos de supervivientes sin demasiada dificultad, pero fueron, de hecho, los grupos parroquiales y los grupos comunitarios espontáneos que operan desde espacios okupados los acabaron teniendo que hacerse cargo de todo.
Así que a pesar de la creencia generalizada de que el anarquismo nos llevaría hacia el caos, ¿puede que en realidad ayude a poner en orden el caos?
Siempre me ha resultado gracioso que la gente diga “¡Dios mío, no podemos deshacernos de la policía porque si lo hacemos todos empezarán a matarse unos a otros!”. Fíjate que nunca dicen “Yo empezaría a matar gente”. “Ah, ¿que no hay policía? Pues creo que me voy a hacer con una pistola y a disparar a alguien”. Nadie piensa esto, pero todos asumen que los otros lo harán.
En realidad, como antropólogo, sé lo que ocurre cuando desaparece la policía. Incluso viví en una zona rural de Madagascar en la que la policía había desaparecido a todos los efectos, varios años antes de que yo llegase. Apenas cambió nada. Bueno, los delitos contra la propiedad aumentaron. Si la gente era muy rica, alguna vez les robaban. Los asesinatos, en todo caso, disminuyeron. Cuando la policía desaparece de una gran ciudad, no hay duda de que los robos aumentan en los lugares donde las diferencias materiales en cuanto a propiedades son más extremas, pero los delitos violentos no se ven afectados en absoluto. Pero en cuanto a la organización… Bueno, tenemos que preguntarnos por qué creemos necesario amenazar a la gente con golpearla en la cabeza, dispararla o encerrarla en una habitación cochambrosa durante años para mantener cualquier forma de organización. Si piensas esto es que en realidad no tienes mucha fe en la organización, ¿no?
¿Cómo manejarían la pandemia los anarquistas?
Creo que ahora mismo mucha gente está aprendiendo lo mucho que puede hacer al margen de modelos de autoridad verticales de estilo militar. En contextos de emergencia siempre se impone una especie de comunismo improvisado: de cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades. Lo hacen por pura eficacia: es lo único que funciona de verdad. Pero claro, el comunismo de crisis suele ser lo contrario al socialismo vertical autoritario. Los sistemas de mando y jerarquía, al igual que el sistema de mercado de valores, se convierten en un lujo que las personas no pueden permitirse (aunque a menudo se reinstauren en la segunda fase de la crisis, cuando las cosas empiezan a ponerse fáciles de nuevo).
La primera etapa es más sansimoniana que foucaultiana: la única autoridad que las personas reconocen es la que se basa en algún tipo de conocimiento experto real, aunque siempre hay personas dispuestas a discutir con el médico que está intentando arreglarles una pierna rota. Las comunidades revolucionarias más prósperas que conozco tienden a un equilibrio de ambas cosas: tratan de divulgar el conocimiento lo máximo posible y, por esa misma razón, confían en las personas que en realidad tienen conocimiento especializado. Los lugares que conozco que están más cerca de un escenario anarquista se las han apañado bastante bien durante la pandemia. Estoy pensando en las comunidades zapatistas de México y en Rojava, la región situada al noreste de Siria de mayoría kurda. Ambas son antiestatistas y están influenciadas en gran medida por el anarquismo. Ambas reaccionaron de forma inmediata a la pandemia e iniciaron una movilización total de la comunidad, cerrando escuelas, creando equipos de protección, mejorando las condiciones sanitarias… Hasta la fecha Rojava lo ha hecho bastante bien a pesar de los intentos del gobierno turco de utilizar la guerra bacteriológica en su contra enviando intencionadamente refugiados infectados. Su ejemplo ha demostrado que los principios anarquistas pueden utilizarse para coordinar de forma efectiva a los trabajadores sanitarios.
Sin embargo, los gobiernos se esfuerzan por atribuirse el mérito de la lucha contra la pandemia. El presidente estadounidense Donald Trump llegó incluso a firmar personalmente los “coronacheques”, dando a entender que él personalmente estaba dando dinero a los ciudadanos. Y no es el único. Muchos gobiernos están intentando dar la impresión de que están dando dinero a la población para ayudarnos a sobrevivir esta crisis. Es difícil hablar de cómo funciona realmente el sistema financiero porque está rodeado de capas y capas de errores y mitos. En primer lugar está toda la retórica en torno a tener que “encontrar” el dinero para ayudar a la economía y a los ciudadanos. El dinero no es un tipo de bien limitado que haya que encontrar, excavar o producir. Se crea literalmente de la nada. Trump no está regalando nada que él tenga. Está literalmente produciendo el dinero al ofrecerlo. Pero esta es solo una de las múltiples premisas falsas que mantienen el sistema. Es tremendamente importante que esos mitos se mantengan, a los ojos de las clases gobernantes, ahora que casi todas las justificaciones convencionales del capitalismo se han desvanecido.
¿Cómo cuáles?
Bueno, había tres principales. La primera es que la gente solía decir “vale, de acuerdo, el capitalismo crea una desigualdad extrema y todo tipo de injusticias evidentes. Pero merece la pena porque hasta los más pobres saben que sus hijos tendrán una vida mejor que la suya”. No creo que haya mucha gente en los países ricos que sigan creyendo esto. Quizás en China haya quien lo crea, pero está claro que no es el caso si vives en Estados Unidos, Francia, Egipto o Argentina. Las nuevas generaciones están considerablemente peor que sus padres. Tienen menos acceso a cosas básicas como vivienda, educación y ahorros para su jubilación. Hay casi todo un género literario nuevo que gira en torno a personas de mediana edad sermoneando a sus hijos y nietos y llamándolos consentidos, por simplemente exigir las mismas cosas que ellos dieron por sentadas cuando eran jóvenes. En el fondo están avergonzados. Saben perfectamente que las cosas han ido a peor, y no a mejor.
El segundo argumento era tecnológico: el capitalismo siempre impulsará un cambio científico rápido. Solíamos creer que nuestra vidas se verían transformadas radicalmente gracias al desarrollo tecnológico. “No tienes más que imaginarte cómo era una cocina hace cien años”, seguía el argumento. “Ahora compárala con las modernas cocinas de hoy en día”. También decían que viajaríamos a Marte, que viviríamos para siempre y que la mayoría de nuestros problemas habrían desaparecido a día de hoy.
Y no lo han hecho, como es obvio.
Así que ya nadie dice eso. En realidad, las cocinas son un ejemplo perfecto. No han cambiado de forma sustancial desde que apareció el horno microondas hace 30 años. Esa fue la última innovación tecnológica significativa que realmente tuvo un impacto en nuestro día a día. Después de eso, la nada. Lo mismo ocurre en otras áreas de la vida. Cada vez hay más pruebas de que el capitalismo en realidad está obstaculizando la innovación tecnológica, ya que no es algo rentable a corto plazo. Estamos mejorando la tecnología de simulación; hoy en día podemos hacer películas de ciencia ficción increíbles con unos efectos especiales alucinantes, pero hemos renunciado a la idea de hacer realidad cualquiera de esas cosas en un futuro próximo. Y el tercer argumento es que el capitalismo aporta estabilidad.
¿A la clase media?
Con la expansión de la prosperidad, la mayoría de las personas se convierten en clase media y el crecimiento de la clase media favorece la estabilidad democrática, ¿no?bPues eso no ha ocurrido. Al contrario, y aquellas personas que han sido expulsadas de la clase media están cada vez más dispuestas a votar por quien sea que se alce contra la estabilidad. Así que lo único que queda son dos argumentos: uno, que no existen alternativas. O nosotros o Corea del Norte. El otro es la moral.
¿La moral?
Cada vez estoy más convencido de que el único pilar que mantiene el sistema en pie es la moral. Una moral muy extraña y retorcida. Por eso escribí un libro sobre la ética de la deuda y otro sobre la ética del trabajo. Hay mucha gente que, aun sabiendo perfectamente que nuestro sistema económico es sumamente estúpido e injusto, cree que alguien que no paga sus deudas es una mala persona. Los morosos son irresponsables y los únicos culpables de su situación. De la misma forma, incluso personas que odian a sus jefes parecen pensar que los gandules son todavía peores, que si no trabajas más duro de lo que te gustaría en algo que no disfrutas (preferiblemente para alguien que no te agrade demasiado), entonces eres una mala persona, un parásito y, por supuesto, no mereces ayudas públicas. Parece que la gente cree realmente en la santidad del trabajo. No solo en el trabajo sino en los puestos de trabajo. Todo el mundo debería tener un trabajo, no importa si el trabajo es beneficioso para alguien o no. De hecho, al menos un tercio de la población trabajadora parece estar convencida personalmente de que nada cambiaría si su trabajo no existiera o que, incluso, el mundo sería un lugar mejor sin él. La santidad del trabajo, la santidad de la deuda, la santidad del “mercado”… Todas estas cosas están profundamente interiorizadas y todas ellas son tremendamente problemáticas.
¿Problemáticas en el sentido de equivocadas?
Los ricos no creen en la deuda. Al menos, no en su propia deuda. Desde luego no creen que pagar sus deudas sea una cuestión de honor. La mitad de mis antiguos empleadores no me habrían pagado un duro si hubieran encontrado una forma de no hacerlo. Pero, es más, si estás en una posición de debilidad, la deuda es una cuestión moral; si estás en una posición de fortaleza, la deuda es una cuestión de poder. Por eso empecé el libro sobre la deuda con un antiguo proverbio: “Si debes al banco cien mil dólares, el banco te posee. Si debes al banco cien millones de dólares, tú posees el banco”.
Con frecuencia has comparado la deuda con una promesa. Pero si una promesa se rompe por una de las partes, ¿por qué la otra debería seguir respetando esa promesa?
Eso es. Pero el poder es importante. Fíjate en las relaciones internacionales. Si Sierra Leona debe mil millones de dólares a los Estados Unidos, Sierra Leona está en problemas. Si los Estados Unidos le deben a Corea del Sur mil millones de dólares, Corea del Sur está en problemas. Pero el truco de la moral es extrañamente infalible. Gente decente en todos los demás ámbitos de la vida están convencidos de que está totalmente justificado quitarle la comida a niños hambrientos porque su antiguo dictador pidió un préstamo incobrable. Por eso muchos de nosotros hemos intentado popularizar el concepto de “deuda odiosa”. No es un término muy pegadizo. Fue inventado por un juzgado estadounidense después de que Estados Unidos arrebatara Cuba de manos del Imperio español. El gobierno español insistió en que Estados Unidos era responsable de las deudas pendientes del gobierno cubano con España. Los juzgados estadounidenses dictaminaron que Cuba en realidad no debía el dinero porque sus préstamos se realizaron bajo unas circunstancias injustas. Eso es lo que significa una “deuda odiosa”: un préstamo que nadie habría aceptado si hubiera actuado de forma libre y en su propio interés.
¿Y no encajan muchas deudas personales en esta definición?
Sí, esa es la idea. ¿Cómo lograr que la gente llegue a considerar una hipoteca subprime, por ejemplo, como una deuda odiosa? A todos nos han enseñado que pagar nuestras deudas es una cuestión moral, sobre todo porque nuestra propia idea de obligación moral viene dada por la obligación financiera, y no al revés. ¿Podría ser la deuda odiosa una forma de empezar a revertir esa creencia? ¿Es posible que sea inmoral exigir algunas deudas? De hecho, en la Europa medieval eso se consideraba una noción jurídica básica y de sentido común. Era el tipo de problema sobre el que los expertos legales solían debatir.
¿Como la célebre disputa por una libra de carne en la obra de Shakespeare El mercader de Venecia?
O el ejemplo del huevo en la prisión.
¿El huevo?
Sí, los académicos medievales utilizaban este ejemplo a menudo. Recuerda que, por aquel entonces, las cuestiones económicas eran cuestiones morales que recaían en el campo del derecho canónico. Todo era una rama de la teología. De hecho, diría que la economía sigue siendo una rama de la teología, pero ya no quiere admitirlo. El ejemplo era el siguiente: hay un hombre en prisión que come exclusivamente agua y pan, así que se muere poco a poco. El prisionero de la celda contigua tiene algunos amigos que le traen comida y le dice: “Tengo unos pocos huevos duros aquí. Te daré uno si me firmas este documento que me otorga los derechos de todas tus propiedades”. Así que acepta, come el huevo, sobrevive y en un par de años ambos salen de la prisión. ¿Sigue siendo aplicable el contrato? ¿Cómo dar a entender que, de la misma forma que sería mejor si algunos trabajos no se hicieran, algunas deudas no deberían pagarse?
Hoy en día… quizás sí.
La respuesta hoy día es sí. Hemos estado haciendo precisamente eso al Sur Global durante años. Pero la mayoría de los teólogos medievales argumentaría en contra y diría: ¡Por supuesto que no! El hombre que entregó sus propiedades en realidad no actuaba de forma libre. Esta observación es aun más válida si el tipo de los huevos no fuera otro prisionero, sino su guarda, como (ocurre) en el caso del Sur Global. Esto añade una nueva dimensión al problema. Es una deuda odiosa. No cabe duda. Pero la palabra “odiosa” es anticuada y no suena del todo bien. Seguimos intentando encontrar una expresión mejor. ¿Qué tal si lo llamáramos “capitalismo gánster” o la “deuda mafiosa”? Los mafiosos son célebres por hacer que la extorsión parezca un acto moral al plantearla como una deuda. Pero tampoco suena demasiado bien. ¿Cómo dar a entender que, de la misma forma que sería mejor si algunos trabajos no se hicieran, algunas deudas no deberían pagarse?
¿Es realista?
Muchos de nosotros seguimos intentando encontrar la forma de romper el hechizo. Quizás esta pandemia nos ayude a comprender que lo que llamamos “finanzas” nunca han sido más que las deudas de otras personas, y que esas deudas se producen intencionadamente por la connivencia de las corporaciones financieras y los gobiernos, de las instituciones aparentemente públicas y las instituciones privadas, cuya línea divisoria cada vez se vuelve más difusa. Me gusta usar el ejemplo de J. P. Morgan Chase, el banco más grande de los Estados Unidos. No recuerdo la cifra exacta, pero cerca del 76 % de sus beneficios proviene de tasas y penalizaciones. Parémonos a pensar un momento en eso. Consiguen beneficios cuando cometes un error. Así que han creado un sistema lo suficientemente confuso como para asegurarse de que un tanto por ciento de personas cometen errores, pero no lo suficiente como para que puedan decir “Eh, no es nuestra culpa si no puedes cuadrar tus propias cuentas”. Todo el aparato de gobierno y el sistema financiero se están convirtiendo cada vez más en una estafa gigantesca diseñada para que nos endeudemos. Dado que la mayoría de los beneficios que se compran y se venden en Wall Street, el índice Nikkei y el FTSE provienen de las finanzas y no de la industria, es el sector financiero lo que está realmente guiando el capitalismo en la actualidad.
En Deuda también describes los antiguos rituales por los que las deudas quedaban eliminadas. ¿Cuáles son las circunstancias sociales que deben cumplirse para que se cancelen esas deudas?
Las cancelaciones de deuda siguen ocurriendo. Hubo una en Arabia Saudí y creo que otra en Kuwait, justo después de la Primavera Árabe. Simplemente cancelaron las deudas de todo el mundo para evitar disturbios. Cierto es que tuvieron cuidado con no presentarlo como una “cancelación”, simularon pagarlo todo con petrodólares para mantener las apariencias. En India también cancelan las deudas de los agricultores de forma periódica, pero discretamente. Parece que la idea es que la mayoría de la gente no debe saber que los gobiernos tienen el poder de hacer esto. Las deudas se cancelan continuamente pero la manera en la que se hace es una cuestión política. Los poderes fácticos parecen estar convencidos de que, como mínimo, hay que simular que las deudas son sagradas, que las estás saldando (aunque sea con dinero que acabas de sacar de la nada). Esto es algo estúpido, por supuesto, pero sería muy fácil para los gobiernos delimitar un tipo de categoría de deuda ilegítima, tal y como Estados Unidos hizo con Cuba y España. Cualquier gobierno podría hacer lo mismo con deudas personales, deudas hipotecarias o préstamos estudiantiles. Podrían decir: “Por supuesto, si te sientes obligado a pagar esta deuda por una cuestión de honor, adelante, pero no usaremos la vía judicial para obligarte a ello”. Otro recurso empleado a menudo en Sudáfrica es la condonación de la calificación crediticia. Aunque los juzgados no exijan el pago de una deuda, tu calificación crediticia puede acabar arruinada y puedes quedarte sin acceso a más préstamos en el futuro. Así que los Estados pueden (y en ocasiones lo hacen) restablecer la calificación crediticia de todo el mundo para dejarlas a cero.
¿Y la idea que planteas a menudo sobre que la deuda no puede existir sin coerción?
Ahora mismo estoy recibiendo correos electrónicos de Virgin Media. Me mudé de mi anterior vivienda hace poco y cancelé mi suscripción, pero de alguna forma me siguen cobrando por los últimos dos meses en los que ni siquiera he estado viviendo allí. Me han estado mandando cartas cada vez más amenazantes y desagradables porque saben que el aparato de la ley está de su parte. Si simplemente te niegas a acatarlo, en algún momento vendrá un cobrador de deudas que te acosará y, si te niegas durante el tiempo suficiente y la cantidad es lo suficientemente grande, empezarán a quitarte cosas y, si intentas detenerlos, te amenazarán con emplear la fuerza física. Es fácil olvidarnos de que la coerción violenta está detrás de todas nuestras leyes. El poder de hacer daño. En el caso de un cobrador de deudas molesto, podría estar a treinta o incluso a cien pasos de distancia. Pero siempre está ahí porque, de lo contrario, podrías simplemente ignorarlo. Y hay otra asociación de ideas interesante sobre la que he estado pensando últimamente. Es fácil olvidarnos de que la coerción violenta está detrás de todas nuestras leyes. El poder de hacer daño.
¿De qué se trata?
Creo que cuanto más daño potencial puedas hacer a los demás, más te pagan.
¿A qué te refieres?
Siempre digo que cuanto más claro sea el beneficio de tu trabajo a terceras personas, menor va a ser tu salario, probablemente. Hace poco alguien me sugirió que quizás sea al revés: con toda probabilidad, cuanto más daño pueda hacer tu trabajo a otros, mayor va a ser tu salario. Pensé inmediatamente en un estudio de un economista llamado Blair Fix, que realizó un análisis de los ingresos en el sector corporativo y descubrió que la clave para obtener una mayor compensación no es la “productividad”, como suelen insistir los economistas, sino el simple poder. Cuanto más alto te encuentres en la cadena de mando, mayor será tu salario. De alguna forma esto no es algo nuevo para nadie. Pero él tiene las cifras. Todo gira en torno al poder.
¿El poder de hacer qué?
Esa es la cuestión. Quizás no sea más que el simple potencial de hacer daño. Al igual que Wall Street no beneficia al público realmente pero puede provocar grandes daños si se desploma. Tal vez el capitalismo no sea más que una forma privatizada de poder, derivada directamente de las formas de poder feudales y militares. Pensemos en las corporaciones como catedrales del poder capitalista. Sus dueños ya poseen toda la riqueza y poder que puede tenerse. Llegados a un punto, ya tienes todo el dinero y los placeres, todas las prostitutas y la cocaína que puedas desear. Lo único que queda es el ego y el narcisismo. Por eso tienes estas legiones de empleados inútiles, para que algún vicepresidente ejecutivo estúpido pueda decir: “¡Mirad, mi imperio! ¡Es un poco más grande que el de ese otro vicepresidente ejecutivo!”. El planeta se está muriendo para que personas de esta calaña puedan sentirse bien consigo mismas. Están agotando recursos ingentes para construir sus torres gigantescas y llenarlas de lacayos ineptos, con la única motivación de satisfacer su propio ego. Cuando recibía informes sobre trabajos de mierda, escuché miles de ejemplos de este tipo. Cada empresa necesita tener su propia revista interna de la mejor de las calidades con perfiles regulares de este o aquel gerente de gran nivel. ¿Para qué, me pregunto? ¡Si nadie lee estas revistas! Bueno, casi nadie. Existen para que todos los gerentes tengan el placer de ver un artículo halagador sobre sí mismos en lo que parece ser una revista de actualidad. Hay especies enteras que están siendo eliminadas de la faz del planeta cada año por cosas como esta. Pero, en última instancia, todo esto ocurre porque hay personas en posición de hacer la vida imposible a otras personas. La pandemia ha puesto de manifiesto la otra cara de la moneda: cuanto más directamente ayude tu trabajo a los demás, menor es tu salario.
Información adicional Traducido por Stacco Troncoso y Lara San Mamés, editado por Marta Cazorla Rodríguezpara Guerrilla Translationbajo unaLicencia de Producción de Pares. Artículo originalpublicado en DISENZ.
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