Cambiar el paradigma: el conocimiento indígena en la investigación científica

 

La investigación colaborativa entre el conocimiento de los pueblos indígenas y el conocimiento científico ha cobrado mayor relevancia, pues permite comprender y enfrentar problemas globales como el cambio climático y sus efectos. Sin embargo, este intercambio de saberes supone grandes desafíos como el permanente riesgo de la pérdida de estos conocimientos y la falta de reconocimiento de los poseedores de la información. Las nuevas formas de investigación apuntan a un trabajo colaborativo que preserve el conocimiento tradicional, reconozca su autoría y entregue una comprensión integral del problema que se está analizando. "Muchos investigadores solo nos ponen como informantes, cuando nosotros somos los que hemos facilitado el conocimiento sobre las plantas", cuestionan los líderes indígenas amazónicos.

Por Xilena Pinedo

Durante los últimos años, la Amazonía ha sido uno de los territorios sobre los que más se ha investigado en todo el continente. Las expediciones sobre esta zona se remontan con mayor intensidad al siglo XIX y no siempre tuvieron un fin exclusivamente científico. El antropólogo peruano Alberto Chirif cuenta, en su libro Después del caucho, que estos viajes científicos, financiadas por los gobiernos, surgieron con el fin de encontrar sobre todo nuevas fuentes de recursos, debido al crecimiento tecnológico y el desarrollo industrial. Por ejemplo, a finales del siglo XIX, "el Gobierno francés envió a Olivier Ordinarie a Perú a adquirir semillas de cinchona para aclimatarlas a Argelia".
Muchos de estos estudios han necesitado del apoyo de líderes indígenas locales y del conocimiento que estos tienen sobre la flora y la fauna, en lo que se considera uno de los espacios más biodiversos del mundo. Sin embargo, sus nombres y sus aportes no siempre han sido mencionados, expuestos o reconocidas en los artículos científicos. O, incluso, han sido registrados como descubrimientos.
El antropólogo Rodrigo Lazo explica a OjoPúblico que, históricamente, las investigaciones científicas han incluido el conocimiento tradicional de diferentes maneras, de las que se destacan dos, principalmente.
La ciencia occidental ha publicado algunos saberes tradicionales como si se tratasen de descubrimientos nuevos, sobre todo, al estar relacionados a botánica, farmacología o propiedades de plantas medicinales. Por otro lado, las ciencias sociales, en su mayoría, han tendido a folclorizar y romantizar los conocimientos indígenas y locales. “Otra forma ha sido ponerlos como intocables”, precisó.
Sin embargo, ninguna de las dos formas que incorporan el conocimiento tradicional en los artículos científicos presentan como autores a voces locales ni líderes indígenas. Esta falta de reconocimiento resulta contradictoria si se tiene en cuenta que son ellos quienes poseen estos saberes y los han conservado en sus comunidades por años.
“En toda investigación, la línea base son los conocimientos, las experiencias y las prácticas que posee la comunidad. Ninguna investigación sale de un conocimiento propio del investigador”, dice Tuntiak Katan, miembro del pueblo indígena Shuar y vicecoordinador de la Coordinadora de las Organizaciones Indígenas de la Cuenca Amazónica (COICA).
La lideresa Teresita Antazú, miembro del pueblo Yanesha y dirigente de la Unión de Nacionalidades Asháninkas y Ainisha (UNAY), habla de la importancia del conocimiento heredado y transmitido por generaciones. “Nosotros somos del pueblo Yanesha, tenemos nuestras creencias y toda una tradición que venimos transmitiendo desde nuestros abuelos, las mamás a los hijos y nosotros a los nietos”, dice.
La también exdirigente de la Asociacion Interetnica de Desarrollo de la Selva Peruana (AIDESEP) cuenta que, en su comunidad, siempre han estado abiertos a compartir sus conocimientos con los investigadores, a pesar de que muchas veces no reciben actualizaciones sobre lo que ocurrió con esos estudios. “Ha pasado que han venido médicos a las comunidades, pero vienen y se van, entonces, no sabemos si se habrá escrito algo de nosotros o no”, indica.

Por ello, desde hace un siglo aproximadamente, la academia científica occidental ha intentado trabajar colaborativamente con otros sistemas de producción de conocimientos como los saberes tradicionales.
Manuel Martín, filósofo y director de Investigación en sociodiversidad del Instituto de Investigaciones de la Amazonía Peruana (IIAP), explica a OjoPúblico que recién a partir del siglo XX, los investigadores han mostrado interés por comprender el conocimiento indígena, sobre todo, en cuanto a lo relacionado al uso de las plantas para tratar malestares y para relacionarse con la naturaleza. “En las universidades extranjeras, sobre todo, ya se empieza a incorporar la visión sociocultural a las investigaciones que son de ciencias naturales”, aseguró.
A este proceso lo han denominado como la descolonización de las estrategias de investigación, lo que, básicamente, hace referencia a la restauración de los conocimientos y prácticas culturales y espirituales que fueron arrebatados por la colonización, tal como lo explica un  artículo editorial publicado en la revista Science.
Esa colonización sobre el conocimiento indígena se remonta por lo menos al siglo XVIII, según Alberto Chirif. En su libro Después del caucho, el autor explica que, en ese entonces, el proceso de industrialización y el desarrollo de una ciencia positivista colocó al hombre como gran investigador y acabó con las relaciones entre el ser humano y naturaleza, la cual pasó a ser concebida solo como una fuente para producir recursos y ganancias.
Sin embargo, la descolonización supone que la producción del conocimiento deja de estar en manos, exclusivamente, de la academia científica. “La descolonización avanza y empodera a los pueblos indígenas y deja de perpetuar su subyugación y explotación”, apunta el editorial.
Un ejemplo claro de la colonización existente en ese ámbito sucede cuando los científicos realizan investigaciones sobre las comunidades sin haberles consultado previamente o cuando escriben sobre “culturas en desaparición” sin considerar la percepción de los miembros de esa cultura o sin poseer una muestra representativa.
La historia de Chácobo, un pueblo índigena de Bolivia, es un ejemplo claro. Sobre ellos, algunos escritos decían que estaban perdiendo sus conocimientos; pero un trabajo realizado por la bióloga especialista en etnobotánica Narel Paniagua, junto con comuneros locales, demostró lo contrario. Entre 2013 y 2014 halló que muchos de los saberes que fueron documentados por el botánico Brian Boom entre 1983 y 1984 aún se conservaban. “Este trabajo realizado aproximadamente 30 años después de su sedentarización, mostró que su conocimiento y uso de las plantas aún permanecía entre las personas”, indicaron.
Durante ese estudio, la científica boliviana Narel Paniagua y su esposo (de la misma profesión) Rainer Bussmann capacitaron a comuneros del pueblo de Chácobo para que sean ellos mismos los que lideraran su propia investigación. De esa manera, diez personas de la comunidad entre hombres y mujeres entrevistaron a más de 250 personas sobre las plantas que utilizan con diferentes fines como la alimentación, construcción, medicina, entre otros.
Ese trabajo colaborativo dio como resultado un libro en el que se documentaron las más de 300 especies de plantas que se usan en la comunidad con su nombres en chácobo y en español. Además, el material reconoció como autores a los miembros del pueblo indígena y a Narel Paniagua y a Rainer Bussmann como editores.
Sin embargo, la historia y trabajo de Narel Paniagua es aislado. Son muy pocas las investigaciones que reconocen a los miembros de las comunidades indígenas como autores y que les devuelven la información recopilada en una forma que sea fácilmente comprensible para todos.
El líder Tuntiak Katan, representante de COICA, le dice a OjoPúblico que, normalmente, lo que hacen los investigadores cuando se acercan a las comunidades indígenas es hablar con un miembro de la comunidad, hacerle preguntas y luego retirarse. “La mayoría de investigadores va, coge la información, sale de ahí, publica la investigación y la comunidad nunca sabe lo que pasó con esa información”.
Por ello, la coproducción de conocimiento busca cerrar estas brechas históricas entre las comunidades y los científicos occidentales. Este trabajo colaborativo apunta a preservar el conocimiento tradicional, reconocer su autoría, aplicar los resultados obtenidos a la realidad y proveer de una comprensión integral (científica, social y cultural) del problema que se está analizando.
El largo camino de la investigación colaborativa
Una investigación colaborativa inicia desde que se propone el tema a estudiar. Normalmente, el conocimiento científico se caracteriza por estar basado en paradigmas, es decir, centrado en la experimentación en laboratorio y en el campo, explicó Manuel Martín, director de Investigación en sociodiversidad del Instituto de Investigaciones de la Amazonía Peruana (IIAP) a OjoPúblico.
Los estudios científicos publicados en revistas indexadas parten de las interrogantes que se plantea el o la investigadora y que, luego, comprueba a través del uso de una metodología. “Siempre vamos y hacemos todos los planteamientos desde nuestra perspectiva, desde nuestro contexto y desde nuestra necesidad”, sostuvo Narel Paniagua, científica reconocida por su trabajo con las comunidades indígenas en la conservación de los conocimientos tradicionales.
Sin embargo, si la selección del tema se realizara en el marco de un trabajo colaborativo, este surgiría a partir de una conversación con las comunidades locales e indígenas sobre las necesidades y los problemas que se enfrentan en esa región en específico. La investigadora boliviana señala que el trabajo de los científicos debería partir por proponer el proyecto a la comunidad, explicar lo que se quiere hacer y cómo los beneficiará.
Rodrigo Lazo, antropólogo que trabajó con comunidades awajún, aclara que a ese método de trabajo se le conoce como “investigación basada en la comunidad”. El especialista sostiene que llevar a cabo esta metodología es complejo, puesto que implica que los investigadores vayan a la comunidad, identifiquen lo que necesitan y es relevante para ellos, y, a partir de allí, planteen las preguntas de investigación y las hipótesis. “No es que el investigador habla solo con sus pares, sino que la producción científica se desplaza a otro lugar que no es el laboratorio”, señala.
De esta manera, definir el trabajo de investigación requiere de más tiempo, porque supone la necesidad de establecer una relación entre los investigadores occidentales y los líderes de las comunidades en la que dialoguen y concluyan cómo y qué problema abordar.

Narel Paniagua realizando entrevistas en los bosques de la etnia Ese Eja en el norte de Bolivia. Foto: Narel Paniagua-Zambrana y Rainer Bussmann

En esa línea, el artículo editorial de la revista Science de junio del 2021, sugiere que, antes de enviar las solicitudes de financiamiento, los académicos no indígenas deberían construir relaciones de confianza que permitan comprenden cómo las habilidades ofrecidas por ellos beneficiarán y complementarán las habilidades y la experiencia de los poseedores de conocimientos tradicionales.
Por ello, los asesores de investigación y los financiadores deben comprender que este tipo de trabajos requieren de más tiempo del que suelen proporcionar, puesto que los investigadores deben acercarse a cada una de las comunidades indígenas y comprender sus dinámicas internas, un proceso que puede tomar meses hasta años. “Es importante también que nosotros como investigadores mostremos a los financiadores que si no tenemos el tiempo suficiente no podemos hacer trabajos de calidad”, precisa Narel Paniagua.
Algunas organizaciones que financian investigaciones científicas están impulsando estos cambios. Gael Almeida, directora regional para Latinoamérica de National Geographic Society, dijo a OjoPúblico que la institución resalta, por ejemplo, la importancia de dar visibilidad a ambos tipos de conocimientos al financiarlos por igual. “Así como se financia a personas que está haciendo investigaciones con el método científico y que ha seguido esta carrera académica, también estamos financiando proyectos que son basados en conocimiento tradicional y a miembros de comunidades indígenas o locales”, indicó.
Amalia Pesantes, antropóloga médica que trabaja en temas de salud pública y comunidades indígenas, explicó a este medio que un aspecto importante para establecer este diálogo entre los dos tipos de conocimientos es que los investigadores compartan tiempo y vivencias con las comunidades con las que van a trabajar. “Yo creo que si alguien quiere hacer una investigación en la que busque dar valor a los conocimientos indígenas, es importante que comparta tiempo para que pueda entender cómo se conectan los conocimientos con diferentes etapas de la vida o con personas de la comunidad”, señaló.
Tuntiak Katan, índigena de la Amazonía ecuatoriana y coordinador de la Alianza Global de Comunidades Territoriales, agrega que cualquier investigador debería, primero, conocer la estructura organizativa que tiene esa comunidad para poder empezar a hacer su investigación y, después, debería hacer una presentación clara de lo que va a hacer para que la persona que va a hacer entrevistada sea consciente de la información que va a entregar.
Este acercamiento y las experiencias compartidas durante ese tiempo no solo son importantes para poder comprender la estructura y las necesidades de las comunidades indígenas, sino también para que los científicos entiendan el valor cultural y social que tienen elementos que suelen ser objetos de estudio como el agua o los alimentos.
La antropóloga médica Amalia Pesantes pone como ejemplo las investigaciones que se hacen en el campo de la nutrición. En el caso de estudios que intenten conocer la cantidad de carbohidratos o vitaminas que tiene un alimento, menciona, los profesionales que trabajen colaborativamente en este tema también deben entender que este alimento tiene un valor social y de reunión.
Una  revisión, publicada en la revista Earth Surface Dynamics de la Unión Europea de Geociencias, también resalta la necesidad de comprender o, al menos, respetar la cosmovisión y prioridades de las comunidades indígenas por parte de los investigadores occidentales.
"Es necesario anticipar que las formaciones rocosas y los ríos pueden ser ancestros; que cuando las comunidades hablan de peces, están hablando de hermanos y hermanas; y cuando las comunidades hablan del suelo, están describiendo a su madre Tierra", dijo la autora principal Clare Wilkinson.
Teresita Antazú, miembro de la comunidad Yanesha, reafirmó la importancia de entender esta cosmovisión para, de esa manera, proteger los recursos naturales. Ella contó que, para los yaneshas, la tierra es la madre; los bosques son sus hermanos; el sol y la luna, sus primos, y, en general, todo lo que los rodea son su familia.

Mujer chácobo enseñando a tejer fibras de palma en Bolivia.

No obstante, este aspecto ha sido históricamente ignorado por la ciencia occidental que se limitó a estudiar el objeto en torno a sus cualidades y características, mas no a entender la relación entre este y su entorno.
Por ello, la líder indígena resaltó que el desconocimiento de estos saberes pone en riesgo los recursos. “La gente de afuera, que desconoce toda la cosmovisión de los pueblos indígenas, viene a tumbar toda la madera [porque] no les importa y no saben que son parte de nosotros, igual del río sacan oro y no les importa echar químicos porque para ellos no significan nada”, enfatizó.
El investigador del Instituto de Investigaciones de la Amazonía Peruana (IIAP) mencionó que los pueblos indígenas dialogan con su entorno y se relacionan con él de una manera totalmente diferente a los que tiene la sociedad occidental, hoy en día.
“El problema es que cuando hablamos de conocimientos tradicionales, hablamos de conocimientos que son muy integrales y hoy la ciencia se ha especializado tanto que es muy difícil encontrarlo en el conocimiento occidental”, afirmó.
 
De esta manera, el conocimiento científico excluye formas de producción de conocimiento propias de las comunidades indígenas que involucran diferentes aspectos como la experiencia, la inclusión de la espiritualidad o el uso de plantas que tienen componentes psicoactivos para relacionarse con su entorno.
Por ello, es importante que las comunidades poseedoras del conocimiento tradicional no solo participen en la recolección de la información, sino que también tengan un rol fundamental en su análisis y la elaboración de los resultados.
Un artículo publicado en Nature resalta que los miembros de las comunidades indígenas también tienen algo que decir “no solo en la definición de las preguntas de investigación y cómo la investigación será importante para las comunidades, sino también en el análisis y la interpretación de los datos”.
Narel Paniagua explicó a OjoPúblico que, a veces, analizar los datos sin conocer el contexto genera que la interpretación de los mismos no se ajusten ni se adecúen a la realidad local. “Si los conversaramos y dialogaramos con ellos [los miembros de las comunidades], tal vez podríamos tener una visión y una perspectiva más amplia del por qué tenemos esos resultados y también unas recomendaciones más sólidas”, precisó.
A su vez, Clare Wilkinson, autora de la investigación publicada en Bioscience sobre la conexión entre la ciencia occidental y los conocimientos indígenas y locales, resalta que en este trabajo colaborativo debe existir un intercambio de conocimientos por ambas partes.
Sin embargo, las dificultades para desarrollar la cooproducción de conocimiento no solo se presentan durante el desarrollo de la investigación, sino también al momento de publicar los resultados. Al finalizar los proyectos, los investigadores como Narel Paniagua se encuentran con limitaciones para poder colocar como autores a los miembros de la comunidad que participaron.
Cuando ella terminó sus investigaciones con comunidades indígenas de Perú y Bolivia en las que participaron miembros de estas recolectando y proporcionando información sobre los conocimientos de sus pueblos, muchas revistas científicas le preguntaban por el nivel de educación de los participantes en la investigación como requisito para colocarlos como coautores.
“Es muy complejo porque tú puedes poner a la comunidad como coautora, pero muchas revistas, incluso muchos revisores y editores tienen como criterio que la persona que escribe debe tener cierta formación”, agregó. Narel Paniagua indicó que, al margen de preguntarles si tenían doctorado, les preguntaron si sabían leer y escribir.
Sin embargo, el reconocimiento a las comunidades otorgado por Narel en las publicaciones de sus libros es importante para reconocer a los poseedores de esos conocimientos tradicionales, que en reiteradas ocasiones fueron invisibilizados.
Tutiak Katan, vicecoordinador de la Coordinadora de las Organizaciones Indígenas de la Cuenca Amazónica (COICA), enfatizó que, muchas veces, los científicos citan en sus investigaciones conocimientos indígenas que han recolectado en su trabajo con las comunidades; sin embargo, no mencionan quienes le proporcionaron esa información. “Muchos investigadores ni siquiera ponen como informantes a quienes dieron la información o, incluso, ponerlos solo como informantes es como minimizar o no respetar el conocimiento de estas personas”, precisó.
Un artículo publicado en Advancing Earth and Space Science (AGU), evidencia que este problema se repite en diferentes comunidades indígenas alrededor del mundo. David Chavez , investigador que analizó estudios sobre indicadores ecológicos de cambio estacional o prácticas agrícolas, mencionó que en estas investigaciones “fue difícil identificar quién de la comunidad estaba aportando ese conocimiento, cómo esos hallazgos fueron devueltos a esa comunidad o qué preguntas e inquietudes tenía la comunidad indígena en términos de la investigación”.

Madre e hija del grupo indígena Lamas leyendo los libros que fueron producidos como resultado de la investigación colaborativa hecha con Narel Paniagua. Foto: Narel Paniagua-Zambrana & Rainer Bussmann

A ello, se suma que la invisibilización de los poseedores del conocimiento tradicional genera desconfianza dentro de las comunidades. En la comunidad Yanesha, narró Teresita Antazú, había una gran aceptación a que los investigadores conozcan las plantas medicinales que utilizan.
Sin embargo, ante el desconocimiento sobre lo que hacían los científicos con esa información, nació la percepción de que solo venían a llevarse sus conocimientos y venderlos. “Se crea un poco de incertidumbre y las personas se vuelven un poquito duras para contar cosas, hasta entre nosotros mismos. Es bien difícil”, manifestó.
Por esa razón, Tutiak Katan resaltó la importancia de reconocer a las comunidades indígenas en las investigaciones. El vicecoordinador de la COICA sostuvo que a quienes denominan como informantes deberían ser considerados como coautores, puesto que son los que poseen la información sobre lo que el científico externo va a hacer su investigación y la publicación respectiva.
La científica Narel Paniagua habla de la importancia de darle el reconocimiento como coautores. “No es que ellos sean informantes como siempre se los ha llamado, son participantes y ese es un término que está siendo muy difícil de reconocer”, aseveró.
Al respecto, Gael Almeida afirma que ha existido un cambio en el tiempo sobre el reconocimiento de los colaboradores indígenas dentro de las investigaciones. La directora regional para América Latina de National Geographic Society contó que antes no se veían a los colaboradores locales como parte del equipo sino como alguien ayudaba al científico a llegar al lugar o a conocer determinadas plantas, por ejemplo. Sin embargo, desde principios del siglo XXI, han identificado un cambio y, ahora, se promueve la integración entre todos los participantes. “Desde el diseño de un proyecto puedes ver si es genuina la intención de incorporar esos saberes locales o si nada más lo estás poniendo ahí, pero realmente no lo estás haciendo”, precisó. Por ejemplo, añadió, ello se percibe cuando en el formulario solo se asume que la persona local será la guía de campo, pero no se detalla cómo se va a incorporar en la investigación.
Luego de la publicación de los resultados analizados en conjunto, es importante asegurar que la información regrese a las comunidades para que ese conocimiento producido colaborativamente pueda ser aplicado a la realidad. Tuntiak Katan, miembro del pueblo indigena Shuar, mencionó que, como parte de la investigación, los científicos deberían devolver el conocimiento recolectado en un lenguaje que sea entendible por la comunidad, puesto que muchas veces se les hace entrega de una copia de la publicación hecha en una revista científica.
A su vez, Narel Paniagua señaló que ese tipo de entrega resulta poco útil para la comunidad por el lenguaje en el que está escrito y por el formato en el que se imprime, puesto que las hojas de papel no suelen durar mucho en la Amazonía por la humedad propia del ambiente. Por ello, su trabajo se ha centrado en asegurar que el conocimiento que devuelve a la comunidad sea accesible a ellos. 
 
“Hemos trabajado mucho con comunidades en las que hemos tratado de documentar el conocimiento tradicional y devolver a las comunidades en el formato que ellos escojan. De tal forma, que esta información vuelve a las comunidades y su conocimiento tradicional pueda ser utilizado como una herramienta en la conservación”, comentó a OjoPúblico.
La producción científica y sus grandes carencias
“Realmente son muchas limitaciones desde nuestro lado como científicos más que desde el lado de ellos, porque si les explicaramos mejor, si nos tomáramos el tiempo, creo que podríamos tener una respuesta bastante enriquecedora”, dijo Narel Paniagua. Ciertamente, existen determinadas razones que explican la dificultad para llevar a cabo una investigación colaborativa entre ambos sistemas de conocimientos.
En principio, históricamente, ha existido una valoración de la investigación científica como superior y, en muchos casos, se la ha concebido como la única forma válida de producir conocimiento. Sin embargo, esto no tendría que ser así. “Son saberes distintos, pero son igual de importantes y valiosos”, enfatiza Gael Almeida.
A su vez, Manuel Martin crítica el hecho de que los conocimientos indígenas siempre fueron observados desde una perspectiva vertical, en la que los conocimientos occidentales siempre tenían una hegemonía sobre los conocimientos tradicionales. El estudio, publicado en la revista Bioscience, también confirma que, generalmente, el conocimiento científico tiene una posición dominante sobre los diferentes sistemas de conocimientos, entre los que se incluyen los indígenas.
Sin embargo, para poder llevar a cabo la coproducción de conocimiento a partir del trabajo colaborativo entre ambos sistemas es necesario abandonar esa posición vertical. La antropóloga médica Amalia Pesantes aconsejó que al acercarse a los pueblos indígenas se debe buscar crear una relación de confianza y los investigadores occidentales deben tener una posición de humildad, reconocer que lo que saben tiene muchas falencias y que existen otras formas de aprender.
A su vez, la etnobióloga Narel Paniagua señaló que la investigación hecha por científicos latinoamericanos también tiene estos rezagos de superioridad — a pesar de que se ha iniciado hace 30 años aproximadamente, pues antes era hecha por extranjeros, agrega—, pero además está marcada por el racismo.
Esta predominancia del conocimiento científico occidental y el hecho de priorizar que la educación se oriente en esa dirección, también ha puesto en peligro la supervivencia del conocimiento tradicional.
Tal es el caso de Medardo, un anciano del pueblo indígena urarina, que falleció en 2021 y que hace un año le comentó al investigador Manuel Martín su preocupación por la falta de interés de los jóvenes por los valores de relacionamiento con los entornos naturales y los conocimientos que él tenía sobre la ingesta de algunas plantas con componentes psicoactivos que le permitían dialogar con esos entornos. “Ese señor ha fallecido hace poco y con él se han ido muchos conocimientos y prácticas que hubieran sido de suma utilidad para la sociedad nacional también”, añadió el especialista.
Como el caso del señor Medardo, hay cientos de casos más. La Covid-19 se ha llevado a muchos ancianos indígenas y esto representa un riesgo para la conservación de los conocimientos tradicionales. Tutiak Katan, coordinador general de la Alianza Global de Comunidades Territoriales, aseguró que, en términos generales, sí existe una tendencia de pérdida de conocimientos porque solamente los mayores los poseen. “Es un desafío de cada comunidad”, afirmó.
 
Ello también ha provocado que en la comunidad científica y en el público en general exista un gran desconocimiento sobre lo que es el conocimiento tradicional. La científica Narel Paniagua destacó la importancia de que el público urbano entienda por qué las comunidades indígenas usan los recursos en las formas en que los usan. 
 
“Por ejemplo, ahora con la pandemia, las plantas medicinales son la bomba y todo el mundo cree que las puede usar porque la gente local las usa. Pero, la gente no entiende por qué y cómo ha evolucionado el uso de esas plantas”, señaló. Por ello, el científico social Manuel Martín precisó que el desconocimiento de estas prácticas y de estos sistemas de conocimientos indígenas, hace muy difícil que se integren y que se puedan usar.
Finalmente, como mencionó Narel Paniagua en la comunidad existen dificultades intrínsecas para reconocer a los miembros de comunidades indígenas como productores de este conocimiento. Esto debido a que la academia científica suele pedir que quienes aparezcan como autores de investigaciones tengan una formación educativa de “alto nivel”, pero el acceso a esa formación es complicado para los profesionales latinoamericanos y, aún más, para las comunidades indígenas.
En general, la formación de científicos en los países de América Latina suele ser escasa. Solo en el Perú existen, aproximadamente, 125 investigadores por millón de habitantes, de acuerdo con información del Consejo Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación Tecnológica (Concytec). Es decir, un poco más de 4.000 científicos a nivel nacional. Colombia, por su parte, se destaca por contar con más de 15.000 científicos reconocidos por el Ministerio de Ciencia Tecnología e Innovación, un equivalente a 334 investigadores por millón de habitantes.
Una cifra similar presenta Ecuador que tiene más de 11.000 investigadores, que representan un aproximado de 650 científicos por millón de habitantes. No obstante, en comparación con los países pertenecientes a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) -como Canadá, Estados Unidos, Alemania, Francia, entre otros- estas cifras son mínimas, puesto que el promedio es de 4.000 científicos por millón de habitantes.
Por lo que, la formación de profesionales en ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas (STEM, por sus siglas en inglés) aún es inferior para los países de la región latinoamericana. Ello, a su vez, supone que las posibilidades para un miembro de una comunidad indígena de convertirse en científico son aún menores.
Así lo evidencia también el III Censo de Comunidades Nativas 2017 hecho en Perú, el cual demostró que en aquellas comunidades indígenas que cuentan con instituciones educativas, solo el 23,5 % tiene acceso a educación secundaria y el 0,1 %, a educación técnico superior. Aunque el otorgamiento de cupos en universidades públicas a miembros indígenas fue un paso importante por parte del estado peruano, aún ellos tienen menores posibilidades de acceder a esta formación. 
 
Estas posibilidades se reducen debido al deficiente nivel de educación secundaria, la poca información sobre las oportunidades para cursar estudios superiores y la escasa cobertura de carreras de las becas ofrecidas a estudiantes indígenas, como informó una investigación, hecha en Perú y publicada por el Consorcio de Investigación Económica y Social (CIES), sobre los aspectos que influyen y condicionan el acceso, formación y egreso de mujeres indígenas en dos universidades de Iquitos.“Es importante el reconocimiento de los integrantes indígenas como autores en las investigaciones, porque cuando la información vuelve a la comunidad, ellos se empoderan y generan una visión de valor que ellos no percibían a su conocimiento tradicional”, subrayó Narel Paniagua.
Esta devolución del conocimiento ayuda como un recurso para transmitir estos saberes a través de las generaciones. La líder yanesha Teresita Antazú explicó que los mapas y cuentos grabados por el antropólogo Richard Chase Smith en 1980, ahora, sirven para que los más jóvenes aprendan sobre las costumbres de la comunidad.
El trabajo de Richard Smith y Narel Paniagua son ejemplos de la colaboración que se puede alcanzar entre ambos sistemas de conocimientos. En el caso de Narel, además de la publicación de libros con la coautoría de las comunidades, ella y su esposo Rainer Bussmann desarrollaron un proyecto en el que capacitaron a gente local a hacer el trabajo que ellos hacen.
Es decir, los miembros de las comunidades indígenas con las que trabajaron (los Lamas y los Chácobos, por ejemplo) aprendieron a diseñar un cuestionario, a hacer las entrevistas, a registrar las entrevistas, a vaciar esa información en bases de datos y a participar en la elaboración del libro final que han devuelto a las comunidades.
“Si les das las herramientas, les das los insumos para que ellos puedan hacer las investigaciones podríamos colaborar de una forma impresionante. Si no puedes ir, ellos pueden registrar la información, te la pueden mandar y podemos analizarla juntos”, concluyó Narel Paniagua.

Fuente:  OjoPúblico - Imagen de portada: Ilustración: Claudia Calderón
 

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