La emergencia climática nos impone programar una desescalada económica
Por Fernando Valladares
Sin tiempo para soluciones lentas
El panel internacional de cambio climático acaba de sacar un nuevo informe (el AR6 del IPCC) que ha generado mucha expectación y ha merecido extensos análisis. Con el informe en la mano podemos decir un par de cosas bien sencillas de entender: hemos perdido un tiempo precioso para cambiar progresivamente a otra economía menos dependiente de la energía, en general, y del petróleo, en particular, que la actual, y tenemos que reducir nuestras emisiones como mínimo a la mitad en diez años para no entrar en escenarios climáticos realmente apocalípticos. Aunque aún estamos a tiempo y todavía están a nuestro alcance muchas opciones, nos estamos quedando sin tiempo para lo gradual y para adoptar medidas por consenso.
El sexto informe del IPCC no deja margen para la duda. No se trata de especulaciones ni ideologías sino de un compendio riguroso de la aplastante evidencia científica que señala a las toneladas de gases de efecto invernadero emitidas a la atmósfera durante el último siglo como responsables de las sofocantes temperaturas de casi 50 ℃ a más de 50⁰ de latitud norte en Canadá, de las inundaciones escalofriantes sufridas en Alemania, Bélgica y China, de la sequía extrema de Asia Central y de los incendios inextinguibles de Siberia, Grecia, Turquía e Italia.
Todo esto por mencionar apenas la meteorología de los meses del verano de 2021. Pero todos tenemos en mente las tormentas Gloria o Filomena, la temporada de huracanes o los incendios de Australia y California en el 2020, si nos remontamos apenas unos pocos meses más atrás.
Un camino tan incómodo como inevitable
Reducir la emisión de gases de efecto invernadero supone frenar el desarrollo económico, reorganizar y limitar la generación de energía, transformar completamente el transporte de mercancías y personas, reducir la agricultura y la ganadería intensivas, y reorganizar las ciudades empezando por el aislamiento de las viviendas y terminando por la gestión del tráfico y de los residuos. Son cosas que sabemos que hay que hacer, pero son justo las cosas que no estamos haciendo. O no a la velocidad adecuada al menos.
El modo de vida insostenible y contaminante al que vamos orientándonos no nos hace felices y los escenarios climáticos a los que ese modo de vida nos lleva nos enferman, nos quitan literalmente el sueño y nos sumen en ansiedad, depresión o enfado. Si cambiar el clima no nos hace ni sanos ni felices, entonces ¿por qué afanarnos en dar la espalda a lo que propone la ciencia del clima?
Decrecer para reducir emisiones
En lugar de aceptar la evidencia científica y programar una desescalada económica que permita realmente reducir las emisiones de gases con efecto invernadero, nos proponemos una y otra vez hacer malabarismos socioeconómicos para conciliar desarrollo y sostenibilidad. Nos planteamos una agenda de objetivos de desarrollo sostenible que no estamos cumpliendo entre otros motivos porque está llena de contradicciones. Empezando por el propio concepto de desarrollo sostenible. Por este motivo están creciendo las voces de los que abogan por un decrecimiento, un término que asusta y escandaliza a propios y extraños, pero que resume con claridad lo que debemos hacer mientras no se nos ocurran malabarismos ambientales más eficaces.
Si recapacitamos bien, estamos transfiriendo al concepto de decrecimiento nuestro pánico, ancestral y justificado, a las recesiones económicas. Es una transferencia desafortunada porque son cosas bien distintas. Hacer resonar ambas cosas como algo parecido dificulta la adopción de medidas de mitigación climática. Una recesión sobreviene, un decrecimiento se programa. Por tanto, una recesión siempre tendrá más y peores efectos colaterales que un decrecimiento planeado.
Estamos hablando de medidas difíciles de encajar por los políticos debido a su elevado coste electoral, por los ciudadanos por su notable esfuerzo de aplicación y por la economía porque supone, simple y llanamente, ponerlo todo patas arriba. Hay tecnología suficiente, pero el cuello de botella es su implementación real. No basta con tener soluciones tecnológicas, marcos jurídicos y estrategias políticas. Es imprescindible tener voluntad y capacidad de aplicar todo esto.
Cuando hablamos de reducir emisiones en serio, no podemos creernos que aumentando la eficiencia en el uso de la energía lo vamos a lograr. No olvidemos el efecto rebote o la paradoja de Jevons, según la cual el incremento de eficiencia da lugar a un aumento del consumo.
Podemos electrificar todos los coches y los edificios, podemos reorganizar el transporte público y favorecer el teletrabajo. Pero aun así no estaremos reduciendo emisiones lo suficiente. Pensemos en las imponentes emisiones asociadas a la agricultura convencional, a la aviación, a la generación y gestión de los residuos o a industrias como la del acero o del cemento. No hay más opción que reducir el consumo. Y lo mejor que podemos hacer es programarlo y acompañar las medidas con reconversiones profundas y con información, mucha información y diálogo social.
¿Hay algo más valioso que eso? ¿Realmente necesitamos más razones para poner en práctica los informes científicos sobre el cambio climático?
Fernando Valladares. Profesor de Investigación en el Departamento de Biogeografía y Cambio Global, Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN-CSIC)
Fuentes: The conversation [Foto: Freeport, Bahamas, tras el paso de huracán Dorian en octubre de 2019. Shutterstock / Anya Douglas] - https://theconversation.com/la-emergencia-climatica-nos-impone-programar-una-desescalada-economica-166049