Por qué no entendemos de economía





Jaime Richart (especial para ARGENPRESS.info)

Sencillamente porque la economía capitalista es el oscurantismo del siglo XXI, como antaño el oscurantismo estuvo en la religión y anteriormente en la alquimia, en la ciencia, o en la masonería. No quieren que entendamos porque en la oscuridad estriba el éxito de políticos, bancos, empresas y economistas. Podrían reducirlo a un par de cosas, pero les es mucho más rentable darle vueltas y más vueltas para que nadie de la tropa ciudadana entienda nada, y para que todos los supuestos ilustrados se permitan sugerir soluciones que nadie encuentra ni se pueden aportar porque la economía capitalista y los capitalistas prosperan, aunque se empobrezca la mayoría, en el embrollo. Y cuanto más grande, mejor.

Prácticamente nos hemos pasado la historia de los últimos dos mil años pensando en las guerras y en la religión, nos gustase o no, las comprendiéramos o no. Luego, tras la segunda guerra mundial, en la Europa Vieja empezaron a pensar en claves políticas, como en la antigua Atenas, pero mientras Europa se iniciaba en la política democrática, en España todos hacíamos lo que Franco decía: “haga como yo, no se meta en política”. Por eso entonces, durante cuarenta años, teníamos dos opciones: o pensar en religión, o pensar en los principios del Movimiento. Nos gustase o no.

Hoy día todo ha cambiado. Todo aquel o aquella que no comprenda ni jota de economía capitalista, es un analfabeto técnico que ha de limitarse a ser un convidado de piedra que soporta las consecuencias de los tejemanejes de unos cuantos expertísimos que hablan y hablan, que dicen lo que hay y lo que no hay que hacer, pero para que toda siga igual o de mal en peor...

Pero se da la circunstancia de que, salvo esos que con un florilegio de frases inconexas se hacen pasar por entendidos en economía (como los que dicen entender de fútbol), nadie entiende este galimatías que nos montan a cuenta de la crisis, de los desfalcos, de la deuda, del déficit, de la recesión y de la inflación. Y si lo entendemos, mucho peor. Pues estaremos viendo por dentro lo que es la estafa de las clases enriquecidas a las clases trabajadoras que no tienen más remedio que soportarlas sin ir a la revolución. Pero no basta con mezclar o ir situando cada palabra en sitio distinto en cada frase para entender de economía, es necesario saber aplicar una frase distinta a cada palabra y empaparse de los neologismos anglosajones que inundan los periódicos financieros anglosajones. De pronto aparecen los hedge founds, los fondos de inversión basura, como aparecen las agencias de calificación del riesgo de cuyas calificaciones depende la suerte de cada país y de cada sociedad. Cuantos más factores entren en juego, más perdidos estaremos...

Los ciudadanos “menores”, es decir, los centenares de millones de currantes en Europa y los treinta y cinco millones en España, no entienden nada y han de limitarse a escuchar a los miles o centenares de miles de economistas, políticos y periodistas, todos unos pillastres, que se esfuerzan por parecer todos a cual mejor intencionado pero que al final de lo que hablan es de cómo hacer o cómo repartirse entre ellos los mayores trozos de la tarta mientras los demás nos limitamos a pasar por la caja del desempleo o por la casa de nuestros padres a pedirles una limosna.

Como siempre ha sido y siempre será. Hasta que en España no desaparezcan la monarquía, la constitución y el concordato, y la banca, la energía y la industria sean nacionalizadas, los ciudadanos corrientes no entenderemos de economía aunque veamos claramente dónde está en cada momento el truco. Como antaño no entendíamos las abstrusas explicaciones de los curas sobre la Santísima Trinidad y paridas por el estilo, pero sabíamos que nos engañaban. Pues, mientras la economía capitalista no es más que un montón de basura, de artificios y de falsedades donde nos hacen revolcarnos mientras las clases opulentas los agitan, la economía no capitalista es simplemente teneduría de libros contables.

Ahora resulta que la culpa de todo este desaguisado la tiene Alemania. Y todo por no haber reaccionado a tiempo la canciller Angela Merkel frente a la crisis de la deuda pública del gobierno griego. Y todo por no haber entrado en Grecia a sangre y fuego para reintegrarse de la deuda contraída por Grecia. Y todo porque Alemania ha promocionado una economía basada en la exportación que ha superado con creces a la importación; y todo porque gracias a Alemania y a sus préstamos a la banca española destinados al sector inmobiliario y a la construcción, la burbuja inmobiliaria terminó por estallar. Y todo porque Alemania se ha convertido en la mayor propietaria de bonos públicos hoy día en la UE. Y en lugar de afanarse los países mediterráneos a pagarle le deuda, se han dedicado a pedir más préstamos, a despilfarrar los obtenidos y a blindarse los directivos y gestores beneficios millonarios sin contrapartida en ventas de los inmuebles...

Se le acusa, en definitiva a Alemania, de falta de liderazgo. Según los casos, a la paciencia le llaman desidia, y a la eficacia falta de liderazgo porque el acreedor -en este caso Alemania- no ha dado un puñetazo en la mesa a tiempo y ha embargado al país deudor entero.

Tanto los capitalistas declarados como los que se emboscan en la socialdemocracia -otro eufemismo infecto, como llamamos lavabos a los retretes- no tienen arreglo. Ahora no saben cómo arreglárselas para seguir estafando al pueblo y seguir enriqueciéndose más y más los ricos. Cuando está muy claro que si quisieran de verdad desenmadejar el ovillo, la única solución consiste en condonar las cuantiosas deudas, borrón y cuenta nueva, y suprimir de la economía la deuda pública en lugar de basarla en ésta. Poner entre todos, en fin, en Europa un inmenso cartel que, desde el Mar del Norte hasta Tarifa, desde los Urales hasta Estaca de Bares rezase: “FIN A LA GLOBALIZACIÓN. EN EUROPA NO SE FÍA”. Veríais cómo a partir de ese momento todos entenderíamos de Economía.

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Capitalismo. Una realidad impuesta

Edgar Borges (Desde España).

El capitalismo sembró la duda en la palabra, en la idea (nadie cree en lo que dice el otro) y consolidó su funcionamiento como si de un absolutismo celestial se tratara. La fe de hoy sólo la mueve el dinero (y la sobrevivencia que la dificultad de conseguirlo impone). El destino es una estructura invisible que manejan los socios anónimos que se reparten, segundo a segundo, los recursos de la tierra. El pueblo de come a sí mismo mientras los jerarcas unen sus fuerzas.

Ante los ojos (que no ven) de todos, la función avanza (y hasta hay aplausos). Y los distintos factores sociales hablan, callan, caminan (sin saber a dónde) o se detienen (sin saber por qué) atendiendo la “lógica” de ese “destino” inhumano, consumista y sectario (el verdadero fundamentalismo planetario). Los discursos construyen realidades, he ahí una práctica que muy bien maneja el laberinto capitalista; nada es gratuito dentro de los acontecimientos cíclicos y uniformes que ocurren a escala global, otro reto a estudiar; no obstante, la velocidad (con su carga de saturación propagandística) a la que está expuesto el mundo actual no permite tiempo. Y tiempo es lo que necesitamos para descifrar la mentira mediocre (las mentiras artísticas son sublimes) que nos impone la ley (de la selva) capitalista.

El sistema anuncia realidades (para ello tiene el control de todos los medios) que luego concreta; vende el futuro que después impone. El monstruo es hábil a la hora de fabricar rivales, conflictos y soluciones. La bestia crea la enfermedad y te vende la vacuna (o el pasaporte a otro problema). Sospecho que la actual crisis económica forma parte de una hoja de ruta inventada (y necesaria para un intento de dominio superior). Otra cosa es que luego, como parte del diseño, la crisis haya terminado siendo realidad. Ese era el objetivo del anuncio. Ocurre que el capitalismo está reinventando su ficción o nuestra tragedia; los amos del circo del monopolio necesitan cuadrar las cuentas para dejar atrás su caparazón obsoleto del siglo XX (el modelo devoró su antigua estructura esclavista) y así poder usar, en alto vuelo, su nuevo traje imperial, esta vez más sofisticado por ser de tela invisible y de firma mucho más exclusiva que la anterior. Se trata de la pretendida consolidación de la maquinaria consumista: un gran poder global (con muy pocos socios) y millones de autómatas a su servicio.

¿Podrá la bestia alcanzar su cometido? Habrá que ver si nosotros, los cumplidores de una ficción impuesta, desde nuestra individualidad comprometida con el todo colectivo, somos capaces de crear e impulsar una realidad más justa, natural y equitativa.

Especial para ARGENPRESS CULTURAL

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