En el Siglo XXI ¿Marx sería extractivista?
Por Eduardo Gudynas
La promoción de la gran minería a cielo abierto se ha instalado en los últimos años en los gobiernos progresistas de Argentina, Bolivia, Brasil, Ecuador, Uruguay y otros tantos países. Esa es una estrategia que, desde una primera mirada, es ajena a lo que se espera de un gobierno de izquierda. Entonces, ¿cómo defienden los progresistas a la minería? Recientemente hacen esa defensa invocando a los pensadores del socialismo clásico. Según algunos, si Marx viviera hoy, y estuviera en América Latina, sería extractivista. Esta cuestión es analizada en las líneas que siguen.
La defensa del extractivismo se ha generalizado entre el progresismo sudamericano. Como ejemplo, en el caso argentino, Cristina Kirchner espera que las inversiones y exportaciones mineras puedan resucitar su agobiada economía. Entretanto, en Ecuador, Rafael Correa la promueve aunque prefiere a los inversores chinos antes que aquellos de los países industrializados. Esos y otros casos tienen muchos parecidos con la situación uruguaya, donde un gobierno progresista apuesta también a la megaminería, aunque aquí su cara visible es una empresa india.
La defensa de esa megaminería es una estrategia que se vuelve muy difícil de defender para un gobierno de izquierda. Encierra medidas que históricamente fueron criticadas, como la transnacionalización de la inversión y las ventas, o la especialización en exportar materias primas. A su vez, en todos los países hay resistencias y críticas ciudadanas. Entones, ¿cómo defender la minería? ¿cómo se puede convencer a la gente que ser extractivista es compatible con el espíritu de la izquierda?
Para justificar ese giro, uno de los hechos más notables ha sido que desde varios de esos gobiernos se afirma que el extractivismo sería una consecuencias natural de la tradición socialista. Se apela a los viejos pensadores del socialismo, se los cita, y desde allí se dice que no sólo no se opondrían al extractivismo, sino que, por el contrario, lo promoverían.
El ejemplo más destacado ha sido el presidente ecuatoriano Rafael Correa, quien para defender al extractivismo lanzó dos preguntas desafiantes:“¿Dónde está en el Manifiesto Comunista el no a la minería? ¿Qué teoría socialista dijo no a la minería?” (entrevista de mayo de 2012).El mensaje es claro: si Marx y Engels estuvieran hoy en día entre nosotros, llevaría a que comunistas, socialistas y otros, estarían alentando las explotaciones mineras.
Algo parecido sucede en otros países. Por ejemplo, en Uruguay, diferentes referentes del Partido Socialista defienden la minería, desde un senador a militantes destacados, incluyendo a uno que se volvió ejecutivo de una empresa minera.
La contracara de esas posturas ideológicas es que quienes son escépticos de los beneficios mineros, o están en contra de ella, pasan a ser automáticamente conservadores de distinto tipo. Serían personas que rechazan el socialismo, podría agregar alguno muy entusiasta.
Por lo tanto, parece muy necesario tomar en serio esta cuestión, y examinar si el socialismo debería ser extractivista.
Invocando a un Marx extractivista
Comencemos por sopesar hasta dónde puede llegar la validez de la pregunta de Correa. Es que no puede esperarse que el Manifiesto Comunista, escrito a mediados del siglo XIX, contenga todaslas respuestas para todos los problemas del siglo XXI.
Como señalan dos de los más reconocidos marxistas del siglo XX, Leo Huberman y Paul Sweezy, tanto Marx como Engels, aún en vida, consideraban que los principios del Manifiesto seguían siendo correctos, pero que el texto había envejecido. “En particular, reconocieron implícitamente que a medida que el capitalismo se extendiera e introdujera nuevos países y regiones en la corriente de la historia moderna, surgirían necesariamente problemas y formas de desarrollo no consideradas por el Manifiesto”, agregan Hunerman y Sweezy1. Sin duda esa es la situación de las naciones latinoamericanas, de donde sería indispensable contextualizar tanto las preguntas como las respuestas.
Dicho de otro modo, nuestros antecedentes históricos, la condición de países de economías primarizadas subordinadas, la propia experiencia del progresismo gobernante, y lo que hoy sabemos sobre los efectos sociales y ambientales del extractivismo, entre otros factores, son los que generan nuevos contextos bajo los cuales se debería discutir la megaminería.
Correa refuerza sus dichos sobre Marx y Engels, agregándole una afirmación clave que no puede pasar desapercibida: “tradicionalmente los países socialistas fueron mineros”. El mensaje que se despliega es que la base teórica del socialismo es funcional al extractivismo, y que en la práctica, los países del socialismo real lo aplicaron con éxito.
Examinando esto con rigurosidad, esos dichos de Correa no son del todo ciertos. Es más, ahora sabemos que en aquellas zonas donde la minería escaló en importancia, el balance ambiental, social y económico, fue muy negativo. Uno de los ejemplos más impactante ocurrió en zonas mineras y siderúrgicas de la Polonia bajo la sombra soviética, y donde ocurrieron duras oposiciones ciudadanas y sindicales. Hoy se viven situaciones igualmente terribles con la minería en China.
No puede olvidarse que muchos de aquellos emprendimentos propios del socialismo real, dado su altísimo costo social y ecológico, se concretan por la ausencia de controles ambientales adecuados o se silenciaron autoritariamente las demandas ciudadanas. Tampoco puede pasar desapercibido que aquel extractivismo, al estilo soviético, fue incapaz de generar el salto económico y productivo que esos mismos planes predecían.
En cambio, en la actualidad, la defensa del extractivismo en América del Sur no se contenta con la meta del crecimiento económico, y es un poco más compleja. En efecto, en varios países se espera aprovechar al máximo sus réditos económicos para así financiar, por un lado distintos planes sociales, y por el otro, cambios en la base productiva para crear otra economía. De manera muy resumida la idea es vender los los recursos naturales para seguir financiando planes de ayuda a los sectores más pobres (como hace el MIDES), la construcción de infraestructura, o colocarlo en fondos a más largo plazo (como ocurrió en Noruega, se discute ahora en Brasil y se menciona para Uruguay). En paralelo se busca promover la diversificación económica, casi siempre diciendo que se aprovecharán los dineros para promover la industria nacional. El vínculo entre extractivismo y planes sociales es lo que permitiría presentar esta estrategia como propia de la justicia social que se esperaría de la izquierda.
Pero esa marcha extractivista padece de varios problemas. Uno de ellos es que se genera una dependencia entre el extractivismo y los planes sociales. Sin los impuestos y regalías a las exportaciones de materias primas se reducirían las posibilidades para financiar, por ejemplo, los programas de asistencia social. Claro, también se reduce el financiamiento del propio aparato del Estado. Esto hace que los propios gobiernos se vuelvan extractivistas, convirtiéndose en socios de los más variados proyectos, cortejando inversores de todo tipo, y brindando diversas facilidades. Sin dudas que existen cambios bajo el progresismo, y muchos de ellos muy importantes, pero el problema es que se repiten los impactos sociales y ambientales y se refuerza el papel de las economías nacionales como proveedores subordinados de materias primas. Paralelamente, la justicia social queda estancada a los mecanismos de compensación económica.
La pretensión de salir de esa dependencia por medio de más extractivismo no tiene posibilidades de concretarse. Es que el propio extractivismo genera condiciones que impide esos cambios de fondo, y lo hace a varios niveles, desde la economía a la política (como el desplazamiento de la industria local o la sobrevaloración de las monedas nacionales, o el poder desmedido de la influencia corporativa sobre los actores políticos).
El uso de instrumentos de redistribuciones económicas esperando lograr adhesión y apaciguamiento tiene alcances limitados, ya que a pesar de esos pagos de todos modos persisten las movilizaciones ciudadanas. Pero además es financieramente muy costoso, y vuelve a los gobiernos todavía más necesitados de nuevos proyectos extractivistas.
Es justamente todas esas relaciones perversas la que deberían ser analizadas mirando a Marx. El mensaje de Correa, si bien es desafiante, muestra que más allá de las citas, en realidad, no toma aquellos principios de Marx que todavía siguen vigentes para el siglo XXI.
Escuchando la advertencia de Marx
Marx no rechazó la minería. La mayor parte de los movimientos sociales tampoco la rechazan, y si se escuchara con atención sus reclamos se encontrará que están enfocados en un tipo particular de emprendimientos: a gran escala, con remoción de enormes volúmenes, a cielo abierto e intensiva. En otras palabras, no debe confundirse minería con extractivismo.
Marx no rechazó la minería, pero tenía muy claro donde debían operar los cambios. Desde su perspectiva surgen las respuestas para la pregunta del presidente Correa y unas cuantas lecciones para la izquierda uruguaya: Marx distinguía al “socialismo vulgar” de un socialismo sustantivo, y esa diferenciación debe ser considerada con toda atención en la actualidad.
En su “Crítica al programa de Gotha”, Marx recuerda que la distribución de los medios de consumo es, en realidad, una consecuencia de los modos de producción. Intervenir en el consumo no implica transformar los modos de producción, pero es en este último nivel donde deberán ocurrir las verdaderas transformaciones. Agrega Marx: “el socialismo vulgar (…) ha aprendido de los economistas burgueses a considerar y tratar la distribución como algo independiente del modo de producción, y, por tanto, a exponer el socialismo como una doctrina que gira principalmente en torno a la distribución”2.
Aquí está la respuesta a la pregunta clave: Marx, en la América Latina de hoy, no sería extractivista, porque con ello abandonaría la meta de transformar los modos de producción, volviéndose un economista burgués. Los programas de redistribución del ingreso basado en impuestos y demás pueden cumplir papeles importantes, pero es necesario seguir promoviendo alternativas a la producción. La promoción de la megaminería impide esos cambios sustanciales, y como contrapartida generan situaciones donde se deberá reforzar el asistencialismo económico.
Por otro lado, todo esto deja en claro que la búsqueda de alternativas al extractivismo no está reñida con la tradición socialista, y que burlarse de quienes lo intenta parecería que sólo sirve para encubrir la ausencia de mejores argumentos.
Volviendo a Marx, no olvidemos que muchos han explorado su faceta “ecológica”, tal como ha hecho con mucha energía John Bellmay Foster 3. Desde esas nuevas lecturas se podrían sumar otros argumentos para afirmar que Marx nunca sería extractivista. Pero es también apropiado admitir que la mirada de Marx seguramente no es suficiente para organizar una alternativa postextractivista, ya que era un hombre inmerso en las ideas del progreso propio de la modernidad del siglo XIX.
Eso queda en claro ya que no faltarán quienes digan que aquellos primeros marxistas nacionalizarían los recursos mineros. Asumirían que una o más empresas estatales los aprovecharían, entendiendo que desde allí se tendría el necesario control social que evitaría los impactos negativos y se conseguirían los mejores beneficios sociales y económicas. Este énfasis nacionalista es sin duda muy importante (una postura que muchas izquierdas parecen estar perdiendo, al cambiar corporaciones del norte por otras que provienen de Asia).
Pero también sabemos que la propiedad estatal no asegura ni el control social postulado por aquel marxismo, ni una buena gestión ambiental. Están presentes los recuerdos de esas limitaciones bajo el viejo bloque soviético, y a nadie escapa que se repiten problemas similares con las actuales empresas estatales latinoamericanas.
La nacionalización de los recursos es una condición necesaria para las alternativas, pero por sí sola nada se asegura. Es necesario cambiar la propia lógica de la organización de la producción y el consumo. Asimismo, los ajustes instrumentales o mejoras redistributivas pueden representar avances, pero también en ese caso sigue siendo imperioso cambiar la estructura misma de la producción. Todo esto significa que es necesario trascender la dependencia del extractivismo.
Esta cuestión es tan clara que el propio Marx concluye “Una vez que está dilucidada, desde ya mucho tiempo, la verdadera relación de las cosas, ¿por qué volver a marchar hacia atrás? Entonces, ¿porqué se insiste con el extractivismo?
NotasLa defensa del extractivismo se ha generalizado entre el progresismo sudamericano. Como ejemplo, en el caso argentino, Cristina Kirchner espera que las inversiones y exportaciones mineras puedan resucitar su agobiada economía. Entretanto, en Ecuador, Rafael Correa la promueve aunque prefiere a los inversores chinos antes que aquellos de los países industrializados. Esos y otros casos tienen muchos parecidos con la situación uruguaya, donde un gobierno progresista apuesta también a la megaminería, aunque aquí su cara visible es una empresa india.
La defensa de esa megaminería es una estrategia que se vuelve muy difícil de defender para un gobierno de izquierda. Encierra medidas que históricamente fueron criticadas, como la transnacionalización de la inversión y las ventas, o la especialización en exportar materias primas. A su vez, en todos los países hay resistencias y críticas ciudadanas. Entones, ¿cómo defender la minería? ¿cómo se puede convencer a la gente que ser extractivista es compatible con el espíritu de la izquierda?
Para justificar ese giro, uno de los hechos más notables ha sido que desde varios de esos gobiernos se afirma que el extractivismo sería una consecuencias natural de la tradición socialista. Se apela a los viejos pensadores del socialismo, se los cita, y desde allí se dice que no sólo no se opondrían al extractivismo, sino que, por el contrario, lo promoverían.
El ejemplo más destacado ha sido el presidente ecuatoriano Rafael Correa, quien para defender al extractivismo lanzó dos preguntas desafiantes:“¿Dónde está en el Manifiesto Comunista el no a la minería? ¿Qué teoría socialista dijo no a la minería?” (entrevista de mayo de 2012).El mensaje es claro: si Marx y Engels estuvieran hoy en día entre nosotros, llevaría a que comunistas, socialistas y otros, estarían alentando las explotaciones mineras.
Algo parecido sucede en otros países. Por ejemplo, en Uruguay, diferentes referentes del Partido Socialista defienden la minería, desde un senador a militantes destacados, incluyendo a uno que se volvió ejecutivo de una empresa minera.
La contracara de esas posturas ideológicas es que quienes son escépticos de los beneficios mineros, o están en contra de ella, pasan a ser automáticamente conservadores de distinto tipo. Serían personas que rechazan el socialismo, podría agregar alguno muy entusiasta.
Por lo tanto, parece muy necesario tomar en serio esta cuestión, y examinar si el socialismo debería ser extractivista.
Invocando a un Marx extractivista
Comencemos por sopesar hasta dónde puede llegar la validez de la pregunta de Correa. Es que no puede esperarse que el Manifiesto Comunista, escrito a mediados del siglo XIX, contenga todaslas respuestas para todos los problemas del siglo XXI.
Como señalan dos de los más reconocidos marxistas del siglo XX, Leo Huberman y Paul Sweezy, tanto Marx como Engels, aún en vida, consideraban que los principios del Manifiesto seguían siendo correctos, pero que el texto había envejecido. “En particular, reconocieron implícitamente que a medida que el capitalismo se extendiera e introdujera nuevos países y regiones en la corriente de la historia moderna, surgirían necesariamente problemas y formas de desarrollo no consideradas por el Manifiesto”, agregan Hunerman y Sweezy1. Sin duda esa es la situación de las naciones latinoamericanas, de donde sería indispensable contextualizar tanto las preguntas como las respuestas.
Dicho de otro modo, nuestros antecedentes históricos, la condición de países de economías primarizadas subordinadas, la propia experiencia del progresismo gobernante, y lo que hoy sabemos sobre los efectos sociales y ambientales del extractivismo, entre otros factores, son los que generan nuevos contextos bajo los cuales se debería discutir la megaminería.
Correa refuerza sus dichos sobre Marx y Engels, agregándole una afirmación clave que no puede pasar desapercibida: “tradicionalmente los países socialistas fueron mineros”. El mensaje que se despliega es que la base teórica del socialismo es funcional al extractivismo, y que en la práctica, los países del socialismo real lo aplicaron con éxito.
Examinando esto con rigurosidad, esos dichos de Correa no son del todo ciertos. Es más, ahora sabemos que en aquellas zonas donde la minería escaló en importancia, el balance ambiental, social y económico, fue muy negativo. Uno de los ejemplos más impactante ocurrió en zonas mineras y siderúrgicas de la Polonia bajo la sombra soviética, y donde ocurrieron duras oposiciones ciudadanas y sindicales. Hoy se viven situaciones igualmente terribles con la minería en China.
No puede olvidarse que muchos de aquellos emprendimentos propios del socialismo real, dado su altísimo costo social y ecológico, se concretan por la ausencia de controles ambientales adecuados o se silenciaron autoritariamente las demandas ciudadanas. Tampoco puede pasar desapercibido que aquel extractivismo, al estilo soviético, fue incapaz de generar el salto económico y productivo que esos mismos planes predecían.
En cambio, en la actualidad, la defensa del extractivismo en América del Sur no se contenta con la meta del crecimiento económico, y es un poco más compleja. En efecto, en varios países se espera aprovechar al máximo sus réditos económicos para así financiar, por un lado distintos planes sociales, y por el otro, cambios en la base productiva para crear otra economía. De manera muy resumida la idea es vender los los recursos naturales para seguir financiando planes de ayuda a los sectores más pobres (como hace el MIDES), la construcción de infraestructura, o colocarlo en fondos a más largo plazo (como ocurrió en Noruega, se discute ahora en Brasil y se menciona para Uruguay). En paralelo se busca promover la diversificación económica, casi siempre diciendo que se aprovecharán los dineros para promover la industria nacional. El vínculo entre extractivismo y planes sociales es lo que permitiría presentar esta estrategia como propia de la justicia social que se esperaría de la izquierda.
Pero esa marcha extractivista padece de varios problemas. Uno de ellos es que se genera una dependencia entre el extractivismo y los planes sociales. Sin los impuestos y regalías a las exportaciones de materias primas se reducirían las posibilidades para financiar, por ejemplo, los programas de asistencia social. Claro, también se reduce el financiamiento del propio aparato del Estado. Esto hace que los propios gobiernos se vuelvan extractivistas, convirtiéndose en socios de los más variados proyectos, cortejando inversores de todo tipo, y brindando diversas facilidades. Sin dudas que existen cambios bajo el progresismo, y muchos de ellos muy importantes, pero el problema es que se repiten los impactos sociales y ambientales y se refuerza el papel de las economías nacionales como proveedores subordinados de materias primas. Paralelamente, la justicia social queda estancada a los mecanismos de compensación económica.
La pretensión de salir de esa dependencia por medio de más extractivismo no tiene posibilidades de concretarse. Es que el propio extractivismo genera condiciones que impide esos cambios de fondo, y lo hace a varios niveles, desde la economía a la política (como el desplazamiento de la industria local o la sobrevaloración de las monedas nacionales, o el poder desmedido de la influencia corporativa sobre los actores políticos).
El uso de instrumentos de redistribuciones económicas esperando lograr adhesión y apaciguamiento tiene alcances limitados, ya que a pesar de esos pagos de todos modos persisten las movilizaciones ciudadanas. Pero además es financieramente muy costoso, y vuelve a los gobiernos todavía más necesitados de nuevos proyectos extractivistas.
Es justamente todas esas relaciones perversas la que deberían ser analizadas mirando a Marx. El mensaje de Correa, si bien es desafiante, muestra que más allá de las citas, en realidad, no toma aquellos principios de Marx que todavía siguen vigentes para el siglo XXI.
Escuchando la advertencia de Marx
Marx no rechazó la minería. La mayor parte de los movimientos sociales tampoco la rechazan, y si se escuchara con atención sus reclamos se encontrará que están enfocados en un tipo particular de emprendimientos: a gran escala, con remoción de enormes volúmenes, a cielo abierto e intensiva. En otras palabras, no debe confundirse minería con extractivismo.
Marx no rechazó la minería, pero tenía muy claro donde debían operar los cambios. Desde su perspectiva surgen las respuestas para la pregunta del presidente Correa y unas cuantas lecciones para la izquierda uruguaya: Marx distinguía al “socialismo vulgar” de un socialismo sustantivo, y esa diferenciación debe ser considerada con toda atención en la actualidad.
En su “Crítica al programa de Gotha”, Marx recuerda que la distribución de los medios de consumo es, en realidad, una consecuencia de los modos de producción. Intervenir en el consumo no implica transformar los modos de producción, pero es en este último nivel donde deberán ocurrir las verdaderas transformaciones. Agrega Marx: “el socialismo vulgar (…) ha aprendido de los economistas burgueses a considerar y tratar la distribución como algo independiente del modo de producción, y, por tanto, a exponer el socialismo como una doctrina que gira principalmente en torno a la distribución”2.
Aquí está la respuesta a la pregunta clave: Marx, en la América Latina de hoy, no sería extractivista, porque con ello abandonaría la meta de transformar los modos de producción, volviéndose un economista burgués. Los programas de redistribución del ingreso basado en impuestos y demás pueden cumplir papeles importantes, pero es necesario seguir promoviendo alternativas a la producción. La promoción de la megaminería impide esos cambios sustanciales, y como contrapartida generan situaciones donde se deberá reforzar el asistencialismo económico.
Por otro lado, todo esto deja en claro que la búsqueda de alternativas al extractivismo no está reñida con la tradición socialista, y que burlarse de quienes lo intenta parecería que sólo sirve para encubrir la ausencia de mejores argumentos.
Volviendo a Marx, no olvidemos que muchos han explorado su faceta “ecológica”, tal como ha hecho con mucha energía John Bellmay Foster 3. Desde esas nuevas lecturas se podrían sumar otros argumentos para afirmar que Marx nunca sería extractivista. Pero es también apropiado admitir que la mirada de Marx seguramente no es suficiente para organizar una alternativa postextractivista, ya que era un hombre inmerso en las ideas del progreso propio de la modernidad del siglo XIX.
Eso queda en claro ya que no faltarán quienes digan que aquellos primeros marxistas nacionalizarían los recursos mineros. Asumirían que una o más empresas estatales los aprovecharían, entendiendo que desde allí se tendría el necesario control social que evitaría los impactos negativos y se conseguirían los mejores beneficios sociales y económicas. Este énfasis nacionalista es sin duda muy importante (una postura que muchas izquierdas parecen estar perdiendo, al cambiar corporaciones del norte por otras que provienen de Asia).
Pero también sabemos que la propiedad estatal no asegura ni el control social postulado por aquel marxismo, ni una buena gestión ambiental. Están presentes los recuerdos de esas limitaciones bajo el viejo bloque soviético, y a nadie escapa que se repiten problemas similares con las actuales empresas estatales latinoamericanas.
La nacionalización de los recursos es una condición necesaria para las alternativas, pero por sí sola nada se asegura. Es necesario cambiar la propia lógica de la organización de la producción y el consumo. Asimismo, los ajustes instrumentales o mejoras redistributivas pueden representar avances, pero también en ese caso sigue siendo imperioso cambiar la estructura misma de la producción. Todo esto significa que es necesario trascender la dependencia del extractivismo.
Esta cuestión es tan clara que el propio Marx concluye “Una vez que está dilucidada, desde ya mucho tiempo, la verdadera relación de las cosas, ¿por qué volver a marchar hacia atrás? Entonces, ¿porqué se insiste con el extractivismo?
1. Huberman, L. y P. Sweezy. 1964. El Manifiesto Comunista: 116 años después. MonthlyReview 14 (2): 42-63.
2. Marx, K. 1977. Crítica del Programa de Gotha. Editorial Progreso, Moscú.
3. Bellamy Foster, John. 2000. La ecología de Marx. El Viejo Topo, Madrid.
Una primera versión de este artículo se publicó en ALAI (aquí…), también disponible en portugués en Correio da Cidadanía (aquí…); una versión más extensa apareció en La Linea de Fuego (aquí…).