La contaminación global de los incendios forestales en Rusia
Olga Sobolévskaya (RIA NOVOSTI)
Nos gustaría poder decir ahora como dijo alguna vez el celebre escritor ruso Anton Chéjov de que en Rusia "el aire es muy fino, limpio y fresco"; pero eso sería confundir deseos con la realidad.
Porque a pesar de que el humo parece disiparse poco a poco, y ha disminuido la intensidad de los incendios forestales, en muchas regiones del país incluida la capital, el medio ambiente todavía tardará mucho tiempo en eliminar la contaminación el presente verano, uno de los más cálidos en siglos.
Los expertos opinan que pasarán varios meses antes de que los subproductos de la combustión producidos por lo incendios de decenas de miles de hectáreas de bosques, pastizales y yacimientos de turba desaparezcan del aire, del agua y de la tierra.
Estos subproductos -pequeñas partículas de carbono en suspensión que provocar complicaciones a las personas con enfermedades respiratorias y cardiovasculares- ya se encuentran en las capas más altas de la atmósfera, se mezclaron con las masas de aire en circulación y pueden caer en forma de precipitaciones en una u otra región.
Así lo considera Arkadi Tishkov, Vicedirector del Instituto de Geografía de la Academia de Ciencias de Rusia.
En otras palabras, estas lluvias cargadas con restos de la combustión generada en los incendios forestales que azotaron las regiones rusas pueden caer por ejemplo, en Europa, en caso de que soplen vientos fuertes desde el este.
Los meteorólogos norteamericanos se apresuraron en informar de que la nube de cenizas proveniente de Rusia parece haber cruzado el Ártico, ha llegado hasta Alaska y paulatinamente se mueve hacia la zona noroccidental de Canadá. La Agencia Nacional para el Estudio del Océano y de la Atmósfera (NOAA) anunció que había detectado la nube de humo de origen ruso en una serie de imágenes captadas vía satélite.
Sin embargo, la interpretación que la NOAA hace de estas imágenes es dudosa. En primer lugar porque, como la propia Agencia reconoce, la alta nubosidad afecta la precisión de la investigación atmosférica, y en segundo lugar, porque también han ocurrido incendios forestales en la parte central de Alaska, por lo que parece evidente que parte del humo captado por el satélite tiene origen local.
Es muy posible, que Canadá tendrá que respirar más que todo el humo que proviene de los Estados Unidos.
Todavía no existe un modelo científico que permita explicar la circulación global de este tipo de partículas en suspensión; tampoco se cuenta con los datos necesarios. En el momento, es posible hablar sólo de aspectos que se conocen con certeza.
Como por ejemplo que los subproductos de la combustión se decantan en la tierra y en las aguas. Y así terminan incorporándose a los ciclos de intercambio de sustancias en la naturaleza (y no sólo los que tienen lugar en el medio aéreo). Lo cual implica que esa contaminación puede permanecer latente al menos hasta el invierno.
Por otra parte, los efectos de los incendios de nuestros bosques suscitan no menos preguntas que sus causas. En este caso, no nos referimos al factor humano. Lo que se plantea es si somos testigos de determinados cambios climáticos globales que en el futuro continuarán provocando en más y más catástrofes ecológicas como las actuales: sequías e incendios, lluvias torrenciales e inundaciones, temporadas de temperaturas extremadamente bajas.
Recordemos las espectaculares lluvias que han caído en Polonia, Alemania, República Checa y Lituania; y, más recientemente, en Sajalín: hace poco en Nevelsk se registraron lluvias de 41 mm, en Dolinsk 38 mm y en Yuzhno-Sajalinsk 33 mm, lo cual supone hasta un 70% de las precipitaciones promedio durante un mes. Un poco antes, en julio, en la otra punta del planeta, en América del Sur, repentinamente la temperatura bajó hasta los 20 grados centígrados bajo cero.
Si contemplamos de forma conjunta todos estos "caprichos" de la Naturaleza -como se los consideraba antes- podemos ver que se está conformando un nuevo ciclo geológico.
Como señala Arkadi Tishkov, fenómenos semejantes tuvieron lugar en los siglos X y XI. Pero la característica principal de los fenómenos atmosféricos recientes -lluvias, olas de calores o heladas- es que son más prolongados y su duración puede alcanzar hasta un mes.
Esta permanencia de un tipo determinado de tiempo atmosférico es consecuencia de los cambios en la circulación del aire. El factor responsable de la ola de calor que afectó Rusia es un anticiclón proveniente del Sur-Suroeste, una zona de altas presiones que trae consigo un aire caluroso y con escasas nubes.
En palabras del Vicedirector del Instituto de Geografía de la Academia de Ciencias, "este anticiclón lo tiene todo bloqueado e impide que lleguen hasta nosotros los ciclones atlánticos, que traen viento y lluvia". Las características climatológicas experimentadas en la Rusia Central, en la región del Volga y en otra serie de regiones se acercan a las de la zona subtropical.
Estas condiciones atmosféricas homogéneas pueden prolongarse en distintas épocas del año. Un ejemplo reciente de las mismas es el período de altas temperaturas que se extendió durante muchos días en abril de este año y que provocó, igual que los calores de este verano, importantes incendios en nuestros bosques; únicamente que éstos palidecen, en comparación con la pesadilla vivida en julio y agosto, con una extraordinaria expansión de los fuegos en zonas de bosque y yacimientos de turba.
¿Por qué es tan importante la circulación de las masas de aire en la atmósfera? La circulación se produce por una distribución heterogénea de la presión atmosférica, que provoca grandes corrientes de aire sobre la superficie del Globo Terráqueo. Esa heterogeneidad viene dada por la diferente exposición a la luz solar de las distintas partes del planeta, como resultado de la cual las diferentes zonas de la Tierra tienen distintas temperatura y presión.
En la troposfera, este sistema de circulación de las corrientes de aire explica en gran medida la presencia de ciclones y anticiclones y acaba definiendo el clima de las distintas zonas geográficas, determinando su temperatura y humedad. Si esa circulación se ve alterada, los distintos climas también se ven afectados, cosa que estamos viendo hoy en día en distintos rincones de nuestro planeta.
Pero volvamos a la contaminación producida por los incendios, porque falta por considerar la cuestión de los residuos radioactivos. Está claro que los humedales con base de turba acaban acumulando mucha contaminación y parte de esta contaminación es radioactiva.
Y si arden las capas de turba del año 1986 (precisamente en abril de ese año tuvo lugar el accidente en la central nuclear de Chernóbil), ocurre que las sustancias radioactivas se liberan por segunda vez a la atmósfera.
Existen zonas de turba bastante limpias, como en Meschery; pero en las regiones de Tula, Briansk y Kaluga tanto los bosques como las turberas estuvieron expuestos a la radiación. Su combustión es probable que implique una nueva liberación de sustancias radioactivas.
En las zonas de turba de las regiones de Moscú, Tver, Riazán y Vladimir, los sistemas de regulación artificial de los niveles de agua están fuera de servicio, lo cual impide que se pueda inundar rápidamente la zona del incendio. Esto significa que hasta que no haya lluvias fuertes y prolongadas, en las zonas de turba seguirá habiendo fuego latente.
Greenpeace ha hecho un llamamiento para que se contabilicen con exactitud los daños ecológicos provocados por los incendios. Pero es quizá igual de importante pensar escenarios de cómo reaccionar adecuadamente a estos prolongados "caprichos" de la Naturaleza.