La deforestación no afecta sólo al clima
Un informe del Centro de control de enfermedades publicado el pasado mes de junio en Emerging Infectious Diseases alertaba de que la deforestacion amazónica era la causa de un incremento de más del 50% de malaria. Los grandes terrenos deforestados están llenos de grandes espacios de agua semisoleados de pH neutro en los que crecen las plantas, el lugar ideal para la reproducción de mosquitos, especialmente de Anopheles darlingi, principal vector de malaria en el Amazonas que está desplazando a otros mosquitos autóctonos no portadores.
En el borde del Amazonas, los indígenas awajun, una remota tribu de Perú, viene sufriendo frecuentes casos de rabia producidos por los desesperados ataques de murciélagos vampiro. Ya se han producido 500 casos de infección, y 4 niños han muerto y la causa parece encontrarse nuevamente en la deforestación.
En todo el mundo tan sólo el 0,5% de los murciélagos son portadores de rabia y aunque entre los murciélagos vampiro el número es mayor, especialmente en las especies que podemos encontrar en Sudamérica, estos hematófagos prefieren la sangre de animales salvajes o de granja. Al parecer, ante la escasez de presas provocada por la deforestación están atacando a las personas.
Es un hecho conocido al que nos obstinamos en dar la espalda: si rompemos el equilibrio, desencadenamos fenómenos de consecuencias incontrolables. La deforestación cambia el paisaje, cambia la vida de los habitantes, cambia los ciclos locales del agua (y a gran escala los globales), cambia el clima local (y global) interviniendo en el calentamiento, modifica los hábitats de las especies y consecuentemente sus costumbres, cuando no las extermina… ¿qué más nos estamos perdiendo? ¿qué otras miserias desencadenaremos?
Seguramente el límite está en la propia existencia del hombre como metáfora de mosquito, como auténtico vampiro.
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