Seres frustrados, hiperactivos e irreflexivos
Parte de la población no percibe una realidad alejada de las pantallas. La OMS incluirá en este año 2022 la adicción al móvil y otras plataformas digitales en la categoría de causa de adicción patológica ¿Cuántas horas dedicas al día a mirar el móvil? ¿Qué esperas que te ofrezca cuando lo enciendes? ¿Te lo aporta?
Por Carles Senso
La identidad pública depende hoy más de la imagen que se traslada a través del ficticio mundo de las redes sociales digitales que de la vida analógica. Cuál Narciso ante la charca, las redes sociales permiten al individuo verse reflejado a modo de creación artística, no tal cómo es, sino cómo le gustaría ser. O más bien, cómo le gustaría que le viesen los demás. Y para ello se autocensura. La búsqueda de la reciprocidad obliga a la homogeneización para encauzar en el grupo, en la comunidad. La politóloga Elisabeth Noelle-Neumann teorizó en 1977 la espiral del silencio con la que intentó entender la opinión pública y la adaptación que los individuos realizan en función de las actitudes predominantes sobre lo que es aceptable y lo que no, siempre huyendo del aislamiento ante la discrepancia. La hegemonía provoca el silencio de aquellos que mantienen posiciones diferentes a las mayorías.
En demasiadas ocasiones, la diversión es hoy intrascendente, vacua, frívola. Una mirada retrospectiva dentro de una década puede ser enormemente cruel porque demasiadas personas han dedicado los mejores ratos de su vida en los últimos años a parecer lo que no son, con una auténtica obsesión por mentir a través de las redes sociales para obtener el beneplácito y el aplauso de desconocidos. Pero mentirse a uno mismo siempre es complicado y provoca insatisfacción
¿Cuál es el objetivo último de descargarse la última aplicación digital de moda que ayuda a visualizar a través de una capa fotográfica cuál será nuestra cara con treinta años más? El miedo a quedar marginado en la sociedad. Pensamos que la irrelevancia social está vinculada a la falta de éxito. El proceso reidentitario vivido en las últimas décadas como respuesta a la insensible globalización ha provocado una pretensión casi enfermiza por formar parte de algo. Pero dicho anhelo sólo responde al pavor que se experimenta cuando se piensa en la posibilidad de quedar socialmente expulsado. Es por eso que se siguen prácticas de moda para contar con argumentos en la integración en el colectivo. Es por eso que la última APP la observamos como una llave a la aceptación. Al reconocimiento de los otros. Nos alegramos al ver una notificación por cualquier interacción en algunas de nuestras redes e incluso en ocasiones entramos en una determinada APP como cuando éramos adolescentes y descolgábamos el teléfono fijo de casa por si se había cortado la línea y por eso no recibíamos la llamada esperada.
Parece que siempre nos estamos perdiendo algo. Venía asociándose el “ser” al “tener”. El capitalismo tecnológico ha añadido ahora el “estar”. Ser es tener y estar. El consumo compulsivo de información en un mundo inacabable como es Internet es alimento para el estrés y una de las herramientas que está afectando más gravemente a la salud mental de la población. Esa exigencia, esa presión, ese sometimiento. Todos los días se suicidan diez personas en España.
Una investigación de la Counterpoint Research evidenció que el 25 % de los usuarios de smartphones consultados pasaban unas siete horas conectados al pequeño dispositivo. La media se situaba en la mitad. Tres horas y media al día. Más de un día entero a la semana. La gran mayoría en redes sociales. Pero nadie tiene el don de la ubicuidad. La vida es elección y, por mucho que nos quieran obligar a aprender, a multiplicarnos, sobre todo en el trabajo, nunca podemos estar en dos sitios al mismo tiempo. Estar en el mundo ficticio de las redes sociales es no estar junto a nuestra madre, hija o amigos. Otro estudio llevado a cabo por “Think with Google” en 2017 expuso que un 22% de los usuarios cierra la pestaña de una página web si tarda en cargarse más de tres segundos, mientras un 35% si la espera excede los cinco segundos. Perder el tiempo es un crimen.
En un principio se pensaba que la tecnología no determinaba por sí sola el uso social que de ella se realiza. Hoy hay serias dudas sobre eso, ya que el retorno emocional que se obtienen modifica el comportamiento hasta el hecho de que los usuarios llegan a comprar su popularidad a pesar de saber que es falsa. Y a un precio relativamente barato. Con pocas decenas de euros se pueden conseguir miles de ficticios seguidores y, con ellos, la admiración de la gente real. El público, en las redes sociales, sigue y promociona a los populares. Importa poco la razón de la popularidad. Sentimiento de insignificancia individual y pavor ante el desarraigo social. Dominio sin crítica.
Se ha querido denominar nomofobia al miedo irracional a permanecer sin el teléfono móvil. Los síntomas son propios de los que siempre hemos escuchados vinculados a la drogodependencia. Ansiedad, cefaleas, obsesión, irritabilidad, nerviosismo, taquicardias, dolores de estómago e incluso ataques de pánico. La dependencia es propia de la adicción. El Instituto Nacional de Estadística expuso que el 58% de los hombres y el 48% de las mujeres podrían padecer dicha nomofobia al temer quedarse sin su teléfono y todo lo que ello suponía. Los datos extraídos del Informe Ditrendia: Mobile en España y en Mundo 2020 volvieron a ratificar la tendencia al alza en el uso de dispositivos móviles y redes sociales.
Las encuestas en España desvelaban que 7,6 millones se entendían a sí mismos como adictos a sus teléfonos móviles. El 61 % de los preguntados respondió que su dispositivo era lo primero y último que miraban cada día, mientras que 3,7 millones no podía pasar más de una hora sin consultarlo. Eso provoca que los usuarios de Internet dedicasen en 2019 casi 48 días completos a mirar su smartphone, con una media de 3 horas y 22 minutos al día.
Como mínimo, es necesario saberlo.
Carles Senso es doctor en Historia y Periodista. Es autor del libro “Fascismo mainstream: Periodismo, conspiraciones, algoritmos y bots al servicio de la extrema derecha”.
Fuentes: Rebelión