Discurso ecológico





Jorge Gómez Barata (especial para ARGENPRESS.info)

En la naturaleza y sólo en ella se encuentran los recursos que la humanidad necesita para vivir y progresar. El verdadero desafío ecológico no radica en preservar el medio natural en estado virginal, sino en interactuar con él para utilizar sus bienes en función del desarrollo, el bienestar, el consumo y el confort que ahora, a diferencia de lo que ocurría en siglos anteriores, implica riesgos y acciones que pueden comprometer la existencia y la estabilidad de los grandes sistemas y las especies, entre ellas los humanos.

Durante la mayor parte de la historia humana la actividad económica y el progreso en general, aunque a nivel local o regional tuvieron un impacto a veces considerable, no alteraron sensiblemente la ecología planetaria, con todo y sus enormes efectos, hasta el siglo XIX, la actividad humana, especialmente la producción, incluso las guerras, fueron de bajo riesgo ambiental.

Los problemas comenzaron cuando factores como la industrialización acelerada, el crecimiento poblacional, la urbanización, el aumento del consumo de alimentos, agua, energía y su producción a base de carbón y petróleo, la aparición de los vehículos motorizados y de la aviación, el uso intensivo de la tierra, los fertilizantes y pesticidas, el plástico y las fibras sintéticas y el crecimiento de la industria química dieron lugar a la aparición de la cultura de lo “desechable.” A ello se añadieron las armas químicas, biológicas y atómicas, las plantas electro nucleares y la carrera espacial, sumándose las manipulaciones genéticas y la aparición de los “estados de bienestar” y de las “sociedades de consumo”.

Todos esos y otros muchos procesos que significan colosales avances de la civilización, a la vez entrañaron enormes costos ambientales y riesgos. El colapso de un solo buque como el Exxon Valdés, ocasiona daños incomparablemente mayores que el hundimiento de la Armada Invencible, la escases de petróleo hace que los hidrocarburos y el gas se busquen a profundidades cada vez mayores, incluyendo los océanos y la necesidad de alimentar a casi siete mil millones de personas y luchar contra el hambre que padecen unos mil millones, obligan a la explotación comercial de los organismos genéticamente modificados.

Aunque la historia natural está formada por sucesos tan extraordinarios como el Big Bang, la formación de los planetas, las galaxias y el sistema solar, el surgimiento de la vida, la desaparición de miles de especies, y lo más trascendental: la aparición del hombre en contextos caracterizados por grandes movimientos tectónicos, terremotos, diluvios, erupciones, cambios climáticos y otra miríada de fenómenos cada uno de los cuales, percibido por separado es apenas una anécdota como aquella que cuenta como algo entretenido la desaparecieron de los dinosaurios, la formación del cañón del Colorado, el origen del Sahara y otros eventos similares.

En ese orden de cosas, aunque en un tiempo incomparablemente menor, la civilización humana muestra cierta equivalencia. Aun el hombre no ha determinado con exactitud su origen y ya se especula con la posibilidad de que, en plazos más o menos previsibles pudiera desaparecer, hecho que lo convertiría en una de las especies más fugaces de entre las que han dejado su huella en la tierra, cosa que en ese caso carecerá de relevancia.

Sin embargo en ese período histórico el hombre, interactuando con la naturaleza, ha creado las civilizaciones y en conjunto a la humanidad. Si fuera posible compararlo o hubiera una vara de medición apropiada, habría que admitir que la inteligencia humana, en cuyo origen no existe un Big bang, sino una lenta acumulación de conocimientos y trasmitidos de generación en generación por la herencia cultural, no es menos poderosa que aquellos que llamamos naturaleza.

Hoy día, cuando a la luz de los acontecimientos globales más significativos: agotamiento de los recursos naturales, contaminación ambiental, cambio climático, estilos de vida insostenibles, se asume como real el peligro de desaparición de la especie humana, se olvida que eso pudo haber ocurrido años atrás cuando durante la Guerra Fría, un presidente norteamericano o un secretario general de politburó soviético, podían ordenar un ataque nuclear que sería inmediatamente respondido en un contencioso en el cual ninguno de los contendientes viviría lo suficiente para dar un segundo golpe.

El episodio de la Guerra Fría fue superado sin que las armas nucleares acabaran con el planeta y con la civilización y, aunque ese acontecimiento constituyó un hecho trascendental en términos de seguridad, no significó el triunfo de la razón sobre la insensatez. Aunque obviamente no es inminente, la humanidad sigue en peligro porque para vivir con los estándares creados por él mismo, el hombre toma riesgos cada vez mayores que en conjunto pudieran conducir a un Big bang ecológico, una gran explosión que en lugar de crear todo lo existente lo destruya.

Hoy día, cuando existen miles de bombas atómicas, con las cuales teóricamente pudieran destruirse todos los planetas del sistema solar, se emiten decenas de miles de toneladas de gases de efecto invernadero, se consumen indiscriminadamente combustibles fósiles, operan cientos de plantas nucleares y miles de plataformas petroleras marítimas, se abusa de la minería a cielo abierto y se realizan decenas de miles de actividades prescindibles, la humanidad asume riesgos que en conjunto, en cierto período histórico, pudieran amenazar la vida en el planeta .

Los grandes pensadores que hoy alientan las preocupaciones por el destino del planeta y de la especie humana, no son agoreros del desastre, sino mentes avanzadas que tratan de ahorrar a la humanidad angustias y tragedias que pueden ser evitadas. De los líderes políticos en activo, más que de los sabios depende que se avance y se concreten tales aspiraciones que comienzan por dar oportunidades a la paz y a la convivencia, concibiendo al planeta como lo que es: la casa común de la familia humana.

Se trata sin duda de grandes ideales, tan grandes que parecen sueños o desvaríos; no obstante quien los subestime habrá olvidado que fueron esas dimensiones de la subjetividad las que permitieron a la humanidad llegar hasta aquí.

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