Derrame en el Golfo: un realismo trágico
Macondo ya no sólo existe en el realismo mágico de García Márquez. Aunque parezca increíble, es también el nombre con el que se conoce al yacimiento de petróleo debajo de lo que fuera la plataforma marítima Deepwater Horizon de la compañía British Petroleum (BP), ubicada a 130 millas (209 km) de Nueva Orleans. El Macondo del Golfo de México lleva un mes expulsando una mezcla de crudo y gas natural como si se estuviese desangrando por una herida arterial.
Desde el primer día de la explosión en la plataforma, tanto BP como la Guardia Costera y la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica (NOAA) han subestimado la magnitud del derrame. Científicos independientes calculan que entre 25.000 y 100.000 barriles escapan diariamente del Golfo y sugieren que en el peor de los casos estamos viendo un derrame del tamaño del Exxon Valdez, pero éste ocurre cada tres días. Sin embargo, el gobierno y BP llevan semanas rehusando revisar sus cálculos de 5.000 barriles diarios porque, según ellos, "no importa cuánto crudo esté saliendo" ya que están usando todas sus capacidades para obstruir y limpiar el derrame.
Lamentablemente el petróleo sigue brotando y las consecuencias más temidas ya se están viendo. Para comenzar, un 20% de la pesca en el Golfo ha sido suspendida. El turismo en las costas de Louisiana, Mississippi, Alabama y partes de la Florida disminuyó hasta un 70% en las reservaciones para el fin de semana de Memorial Day. Según la NOAA y el Servicio Federal de Pesca y Vida Silvestre (Usfws), alrededor de 200 animales llegaron a las playas muertos, entre ellos 12 delfines y 154 tortugas marinas, que están en las listas de especies en peligro de extinción.
El gobernador Bobby Jindal pidió urgentemente ayuda federal cuando una marea de crudo espeso penetró los manglares de Louisiana, que son una barrera natural contra los huracanes. La salud de las comunidades costeras también peligra ante los gases tóxicos que emanan del petróleo y de los 650.000 galones de químicos dispersantes regados en el área afectada.
Ahora sólo nos queda esperar qué tan serio será el impacto cuando la corriente del Golfo arrastre el petróleo hacia el sur de la Florida y sus cayos o más allá de la costa Atlántica y Cuba. Gracias a las indiscutibles imágenes de satélites de la Agencia Espacial Europea, ya se reconoce lo que muchos expertos llevan días prediciendo: el derrame ya entró en la corriente.
Ya no hay excusa para continuar ignorando los pormenores de las excavaciones petroleras en mar abierto. Si algo hemos aprendido de este imparable derrame es que nuestras costas seguirán en riesgo mientras continúen las operaciones de exploración, explotación y limpieza bajo el control de una industria motivada por ganancias sin importar sus límites legales y tecnológicos. Tampoco pinta bien que las entidades federales encargadas de regular esta industria, como el Servicio de Manejo de Minerales (MMS), continúen enredadas en escándalos de conflictos de interés e ineptitud. Y ni hablar de cuán incierto será el futuro mientras la mayoría en el Congreso y el electorado estadounidense continúe aceptando estos riesgos.
Ojalá aprendamos nuestra lección de una vez por todas y aceptemos la urgente necesidad de aumentar nuestra eficiencia energética y de adoptar energías renovables como la solar, eólica, geotermal y biodiésel. Mientras tanto, seguiremos pagando el alto precio de nuestra adicción al petróleo y al carbón cada vez que se repitan estos desastres ecológicos que destruyen nuestras comunidades costeras y nuestros mares.
(*) Experta en medio ambiente y vocera de La Onda Verde del NRDC (Consejo de Defensa de los Recursos Naturales)
LINDA ESCALANTE (*)