Perspectivas geográficas del bicentenario en la Argentina
Por Lic. Diana Duran
La cuestión ambiental es pródiga en mitos lo que nos lleva a reafirmar a la educación geográfica como formación ciudadana. Un mito es que la Argentina “es inmensamente rica, tiene de todo y no lo sabemos aprovechar”. Al respecto, Albina Lara (2009) explica que la Argentina tiene modelos de producción no sustentable, lo que implica por ejemplo pérdida económica por deterioro de los suelos -1000 millones de dólares por año-. El 20% de los suelos degradados se localizan primordialmente como erosión hídrica en la Argentina húmeda mientras la erosión eólica, en la Argentina árida. En el espacio rural se agrega la contaminación por agroquímicos, la desertificación y la deforestación.
Yo nací en Buenos Aires, ergo soy porteña hasta la médula y he vivido durante muchos años la concentración geográfica, el residir en la ciudad primada. Sin embargo, los itinerarios de la geografía de mi vida cotidiana me llevaron a habitar el Interior –San Carlos de Bariloche y ahora Punta Alta-, y he podido experimentar la Argentina con vívida perplejidad.
Hace más de veinte años escribíamos con Albina Lara y Celia Daguerre un libro muy entrañable, “Argentina. Mitos y realidades” (1992) en el que expresábamos convencidas que las “contradicciones marcadas entre los mitos y las realidades, entre el país mental y el país real, han obstaculizado el desarrollo argentino”. Y además, decíamos, como argentinos padecemos de falsas percepciones y creencias a veces transformadas en mitos nacionales. Hoy, en este Bicentenario, seguimos siendo promesa, seguimos caracterizándonos por ser un país de opositores –como expresara Ernesto Sábato-, y detentamos los mismos problemas y potencialidades que planteábamos en aquel ensayo.
Algunos de los mitos argentinos trazados en ese libro y otras perspectivas actuales vinculadas con el Bicentenario se sopesan a continuación.
Entre ellos, “no trabaja el que no quiere”, típica afirmación argentina que sigue vigente aunque ya no como mito sino como cruel realidad –“trabaja el que puede”- desde que la Reforma del Estado en los 90 –iniciada en la dictadura militar-, provocara la disminución notable de los puestos de trabajo y una precarización y flexibilización laborales dignas de épocas de esclavitud, aparentemente abolida por la Asamblea del año 1813.
Otro mito es que en la Argentina “la gente no se muere de hambre” cuando en realidad nuestra soberanía alimentaria hoy se ve cercada por los procesos de agriculturización y sojización que limitan la capacidad de nuestro país, -otrora granero del mundo-, para producir alimentos, especialmente para las poblaciones más vulnerables.
La Argentina ambiental del Bicentenario
La cuestión ambiental es pródiga en mitos lo que nos lleva a reafirmar a la educación geográfica como formación ciudadana.
Hemos descripto como mito que la Argentina “es inmensamente rica, tiene de todo y no lo sabemos aprovechar”. Al respecto, Albina Lara (2009) explica que la Argentina tiene modelos de producción no sustentable, lo que implica por ejemplo pérdida económica por deterioro de los suelos -1000 millones de dólares por año-. El 20% de los suelos degradados se localizan primordialmente como erosión hídrica en la Argentina húmeda mientras la erosión eólica, en la Argentina árida. En el espacio rural se agrega la contaminación por agroquímicos, la desertificación y la deforestación. La misma autora identifica en el espacio urbano el déficit en los servicios sanitarios, la contaminación del agua y el aire, la pérdida o degradación de los espacios públicos urbanos y la gestión inadecuada de los residuos sólidos urbanos.
En la escala nacional son notorios la gestión imprevisora de riesgos ambientales y los embates a la biodiversidad así como las consecuencias negativas del cambio climático. En tal sentido, recordemos que durante 2009 la Argentina sufrió la peor sequía en 70 años. La situación afectó tanto a la región pampeana como a zonas más marginales, especialmente en Santiago del Estero y Río Negro, por nombrar provincias distantes. Como sucede inveteradamente, las primeras medidas contra las sequías se tomaron de manera improvisada, cuando el fenómeno climático ya se estaba produciendo.
En “Las utopías del medio ambiente”, Di Pace y otros (1992) también aluden a los problemas ambientales especificando su localización geográfica en el escenario de la frontera agropecuaria activa (Selva Misionera, Selva Tucumano-Oranense y Gran Chaco), la frontera agropecuaria intersticial, en el interior de superficies ya cultivadas como las depresiones con pastizales, sur de Bs. As, el frente arrocero de la zona pampeana en el sector mesopotámico y el frente porotero en Selva Tucumano – Oranense y los frentes de desertificación de la zona Altoandina. Todo ello debido al proceso de agriculturización y sus nefastas consecuencias.
Mientras tanto, sigue pensándose –y no sólo vulgarmente sino en términos de políticas agropecuarias especulativas y apropiación territorial por parte de extranjeros-, que la Argentina es un país templado húmedo, cuando en realidad tres cuartas partes del territorio pertenecen a la diagonal árida latinoamericana por lo que es comprensible el crecimiento del pulpo sojero.
Sin embargo, la Argentina no posee todos los climas del mundo o, por lo menos, una gran parte de los mismos como se piensa sino que la realidad es que “el clima argentino es el clima argentino” (Bruniard, 1986) y se repite muy escasamente fuera de sus fronteras. Así, por ejemplo, la Puna muestra rasgos climáticos únicos en el mundo; la Patagonia presenta un régimen con precipitaciones durante todo el año con máximo en verano, que es una distribución que parecería desvirtuar la habitual sobre los océanos en latitudes templadas. Desde el Río de la Plata hacia el norte se manifiesta una marcha anual de excepción, con lluvias durante todo el año y máximo invernal. En realidad, toda la masa sudamericana se presenta como una gran excepción que no encaja fácilmente en los esquemas planetarios, cuyos orígenes deben buscarse en una conjunción especial entre un modelo de circulación atmosférica, propio del hemisferio sur, y un dispositivo continental que cuenta con un rasgo sobresaliente en la cordillera Andina. Las actividades agropecuarias de secano contradicen la racionalidad geográfica frente a la realidad apuntada.
En términos de aguas superficiales, la Argentina posee una oferta relevante y probablemente las Cataratas del Iguazú o el Glaciar Perito Moreno sean los símbolos turísticos del mito del superávit hídrico; sin embargo, su distribución en el territorio es muy desigual. Así, el 80% del caudal medio de los ríos corresponde a los ríos Uruguay y Paraná de la cuenca del Plata, mientras que un 45% del territorio del país está ocupado por las cuencas de los ríos que sólo aportan el 1% del caudal medio, o carecen por completo de aguas superficiales. El derroche de agua potable y las inadecuaciones uso-aptitud de los suelos, en consecuencia, podría plantearse como el resultado del mito de la oferta hídrica, no sin antes advertir la realidad de los contrafuertes andinos con sus glaciares hoy en proceso de enajenación por parte de mineras y capitales privados.
Por lo demás se agrava la cuestión si consideramos el documento oficial Geo 4 (www.ambiente.gov.ar...) donde se reconoce que “para grandes sectores de la población, la demanda insatisfecha de desagües cloacales y agua potable obliga a la coexistencia de pozos ciegos y perforaciones domiciliarias: las capas de las que se nutren estas perforaciones son contaminadas por los propios efluentes cloacales”. Y señala el volcado “sin tratamiento previo de aguas” como un “problema generalizado en las ciudades argentinas”. Sólo el 42,5% de la población cuenta con desagües cloacales y sólo un 78,4% tiene agua de red. El resultado son enfermedades, de las cuales “las más habituales son las hepatitis virales, la diarrea aguda, la fiebre tifoidea y paratifoidea”. El informe propone “que los servicios de saneamiento deben estar al alcance de toda la población, independientemente de su capacidad de pago”.
Más allá de estos temas, sabido es que el ser un país de baja cuenca ha sido una debilidad y no una fortaleza –como se pensaba frente al mito de tener la “puerta de la tierra” en el río de la Plata que se potencia con la metáfora de la gran cabeza de Goliat en la ciudad puerto-, frente a los aprovechamientos hídricos que Brasil ha concretado en la alta cuenca y que nos hacen dependientes de sus decisiones insolidarias –en contraposición a los principios de la Ley General de Ambiente, tan poco aplicada en nuestro país-, respecto al manejo transfronterizo de los recursos hídricos compartidos.
En síntesis, como hemos expresado en un artículo sobre la trama ambiental argentina: “En cambio de ocuparnos a tiempo de que las poblaciones en riesgo ambiental por la localización de sus viviendas, trabajos o itinerarios ambientales coincidentes con la distribución geográfica de alguna anomalía de la naturaleza en su relación con la sociedad -inundación, contaminación, vulcanismo, tornado, entre otras- sean advertidas de los próximos eventos que podrían afectarlos; lo hacemos a posteriori.
En cambio de advertir a los productores agropecuarios que no avancen con sus explotaciones sobre áreas en riesgo de sequía o inundación, desde las políticas gubernamentales se promueve la agricultura y la ganadería especulativas. Luego se lamentan las pérdidas de cosechas o la liquidación de vientres.
En cambio de localizar las nuevas obras de infraestructura previa evaluación de sus impactos ambientales o de construir nuevos establecimientos en las áreas donde la lógica geográfica así lo indica, lamentamos las consecuencias calamitosas de los embalses en la población y el paisaje o deberemos erradicar en un futuro próximo nuevos establecimientos educativos construidos sobre lagos subterráneos de arsénico en una provincia de la Argentina árida.
En suma, actuamos sin previsión, no advertimos a sabiendas porque los profesionales responsables y los científicos lo han escrito y difundido, porque en caso contrario, los problemas estarían en vías de solución o, por lo menos sus consecuencias, no serían tan nefastas”.
Nuestro país –fuera de su notoria posición geográfica central con respecto a sus vecinos colindantes-, no ha dejado de ser un territorio aislado –aún en el conocimiento de grandes obras de infraestructura faraónica como la Hidrovía o IIRSA (Iniciativa para la Integración de la Infraestructura Regional Suramericana), de dudosa aplicación al ordenamiento territorial, salvo que éste se comprenda en función de los países centrales. En contrapartida, debiéramos considerar la protección del Sistema Acuífero Guaraní como uno de los reservorios de agua subterránea más grandes del mundo. Se encuentra en el subsuelo de un área de alrededor de 1.190.000 kilómetros cuadrados (superficie mayor que las de España, Francia y Portugal juntas). En Brasil abarca una superficie -en kilómetros cuadrados- de aproximadamente 850.000 (9,9% del territorio), en Argentina 225.000 (7,8%), en Paraguay 70.000 (17,2%) y en Uruguay 45.000 (25,5%).
Debemos también puntualizar con profundo interés nacional que como es sabido, otra actividad económica, la minería a cielo abierto, se ha convertido en un agente expoliante y depredador del ambiente, además de las múltiples consecuencias que provoca en la salud humana y en la vida general de las comunidades. Nuestro país, por el déficit de políticas ambientales y de ordenamiento territorial, sufre los devastadores impactos de esta actividad sin regulación del Estado nacional que es partícipe y cómplice de esta situación, resultado de la globalización económica.
Por lo demás, otro evento que en vez de promover la sustentabilidad profundizará las debilidades de la Argentina del Bicentenario se produjo luego de que el 22 de octubre de 2009 el Congreso de la Nación sancionara la Ley Nº 26.418 de Protección de glaciares y ambiente periglacial. La Cámara de Senadores de la Nación convirtió en ley el proyecto que establece presupuestos mínimos para su protección con el objeto de preservarlos como reservas estratégicas de recursos hídricos y proveedores de agua de recarga de cuencas hidrográficas. El proyecto establece una definición clara y precisa de lo que se entiende por glaciares y ambiente periglacial, prohíbe y/o restringe la ejecución de proyectos o actividades en ellos, como la liberación de sustancias contaminantes, la construcción de obras de arquitectura, la exploración y explotación minera y la instalación de industrias, entre otros. Además impone la obligación de inventariar y monitorear el estado de los glaciares con fines sustentables.
Pero, el lunes 10 de noviembre la Presidencia de la Nación a través del decreto Nº 1837/08 VETÓ esta ley de protección de nuestros glaciares como fuente estratégica de agua potable para el sostenimiento de la vida y del desarrollo de nuestra comunidad. Diversas organizaciones sociales involucradas en el cuidado del ambiente y de la sociedad civil en general expresaron firmemente su profunda preocupación por las consecuencias futuras de esta decisión nefasta para la soberanía nacional.
200 años de una geografía social contrastada
En el ámbito demográfico la Argentina continúa como hace 200 años siendo un territorio escasamente poblado (39.356.383 en 2007, según el Ministerio del Interior), es decir de tamaño poblacional reducido lo que trae ciertas ventajas –baja capacidad de carga- y desventajas, por ejemplo, en términos de economías de escala. La gran concentración en la provincia de Buenos Aires y en el Área Metropolitana Buenos Aires frente a los vacíos demográficos en otras regiones como la Patagonia constituye el signo de un país dual. El bajo crecimiento demográfico y el acelerado proceso de urbanización y, por el contrario, la importante disminución de la población rural también son parte de una geografía social contrastada. La composición demográfica tendiente al envejecimiento para un país joven que requiere un creciente número de población activa, cuestión que va de la mano de la tendencia a evolucionar de un país de inmigración a un país de emigración y del deterioro de su calidad de vida en distintos aspectos, especialmente en lo relacionado al aumento de la pobreza y el desempleo.
En un artículo publicado en Ecoportal, señalábamos que en la escala global, la Argentina vive una situación de declinación en los indicadores de desarrollo humano, en correlación con la instalación del modelo neoliberal en el contexto de la globalización mundial, cuyas consecuencias son las rémoras del desempleo, la pobreza extrema y la pauperización de vastos sectores de la población.
La mortalidad infantil en la Argentina llegó al 13,3 por mil en 2007 –último año con cifras nacionales disponibles–, contra un 12,9 en 2006. El aumento corta una tendencia histórica hacia la baja, que sólo se había alterado luego de la crisis de 2001. Un incremento notorio se produjo en Chaco, donde la tasa pasó de 18,9 en 2006 a 21,2 en 2007. La provincia con mayor mortalidad infantil sigue siendo Formosa, con 22,9. En ocasión del reconocimiento público de estas cifras en la provincia Tucumán el Ministerio de Salud lo atribuyó a “un pico de enfermedades respiratorias” mientras la Sociedad de Pediatría, a “una crisis del sistema de salud”.
Estos datos reflejan una situación muy alejada de la de los países del primer mundo, pero al mismo tiempo, es más alta que las de países latinoamericanos como Costa Rica, Cuba, Chile o Uruguay. Al ser un promedio nacional, oculta las diferencias entre las regiones. Si apreciamos la situación de la mortalidad infantil en los países desarrollados veremos cuán distante está la Argentina de ser, como míticamente se lo ha designado un país del Primer Mundo con males del Tercer Mundo, cuando somos en realidad un país del Tercer Mundo, aunque los informes del Desarrollo Humano de las organizaciones como el PNUD nos engloben en los países de alto IDH.
El proceso de globalización ha gestado el agravamiento de situaciones de pobreza estructural en contextos regionales y provinciales de especiales singularidades socio ambiental y cultural. El caso de Tucumán, enclave regional de la pobreza estructural argentina, es sólo un ejemplo, que se repite en otras provincias argentinas como Jujuy, Chaco o Formosa.
El origen de esas situaciones de pobreza se halla en el deterioro de las economías regionales y sus impactos sociales en contextos especialmente suburbanos y rurales. La manifestación más ostensible de esa situación es el desarraigo cultural y la marginalidad social de las familias pobres, la destrucción del tejido social y de las redes de solidaridad social, a pesar de todos los esfuerzos que encara la sociedad civil.
Frente a todos los indicadores de aparente salud económica argentina, la pobreza se han incrementado en las últimas décadas y, más, en términos de mortalidad infantil hemos mantenido una situación comparable con países subdesarrollados mientras otros indicadores sociales y económicos revelaban una situación más promisoria.
El core del problema es político y cultural. Nuestros pequeños y medianos productores agropecuarios han dejado de sentir a la tierra como un lugar de pertenencia y han dejado de lado las prácticas sustentables transformándose en actores sociales funcionales a los mercados. Ello los convierte en potenciales migrantes internos hacia las ciudades sobrepobladas en sus periferias y también en especuladores como tantos otros sujetos sociales urbanos.
El primer lugar al que llegó la soja en la Argentina fue la provincia de Tucumán, hace ya varios decenios, no sorprende entonces el estallido de la hambruna. Es su consecuencia directa. Como lo fue a todo lo largo del país el despoblamiento del campo, la desaparición de centenares de pueblos y la pobreza creciente en las ciudades.
En términos de geografía de la salud, el Lic. Sergio Páez señaló para Geoperspectivas que “la pobreza y la indigencia se distribuyen en forma muy desigual en la Argentina, con disparidades entre provincias y el interior de ellas, diferencias que son preocupantes y ponen en evidencia condiciones de vida muy diferentes y la disparidad en la protección de los derechos sociales y económicos de los argentinos. Diecisiete de las veinticuatro jurisdicciones del país presentan tasas de pobreza superiores al promedio nacional. En la Argentina –país de reconocida calidad de los profesionales en medicina-, se reconoce la presencia de enfermedades infecciosas, tales como el VIH/sida, tuberculosis, Mal de Chagas, Dengue, Hantavirus, Leishmaniasis y Fiebre Amarilla. Algunas de estas enfermedades, están relacionadas con el deterioro del ambiente. El deterioro del ambiente, tiene que ver con las alteraciones que sufre el hábitat humano, como consecuencia de desmontes, sequías, inundaciones y el aumento de la temperatura. Esto incide en el avance de enfermedades tropicales y en la reproducción de insectos y roedores, que actúan como agentes transmisores de enfermedades. Los mosquitos, por ejemplo, se hacen cada vez más resistentes a las fumigaciones. Pero también la mala alimentación, la suciedad o el contacto de las personas con la basura, la falta de agua potable para vastos sectores de la población y la precariedad de las viviendas y los servicios forman un contexto adverso a la contención de los virus”. (Páez, Sergio. Inequidades sociales, cambio climático y enfermedades tropicales).
Uno, dos o múltiples países
El país muestra una gran heterogeneidad paisajística y ambiental que ofrecen variados recursos naturales para el uso de la sociedad en sus actividades productivas. Se trata de un mosaico de paisajes en el que puede establecerse una primera gran diferenciación geográfica entre la Argentina Árida y la Argentina Húmeda. También se identifican disparidades entre la Argentina montana occidental de los contrafuertes andinos, turísticos y energéticamente dotados y la Argentina llana oriental agropecuaria y urbana; o entre la Argentina poblada y la despoblada o de los vacíos demográficos. Pero todas estas tipificaciones se agregan y se sustancian en una que es la que sigue.
La Argentina del Bicentenario es un país diverso y complejo caracterizado por la dotación de sus recursos naturales y humanos que, sin embargo, no ha alcanzado una posición de excelencia en el concierto mundial, lejana e irrelevante para la Tríada del poder, a pesar de ciertas presencias someras en el Grupo de los 20 y otros actores políticos contemporáneos. Nuestro gran “socio” del MERCOSUR, Brasil, ha sabido dejar de ser un país de la trastienda a diferencia de la Argentina con sus ondulantes y discontinuas políticas exteriores.
Sueños y mitos tan elevados a lo largo de la historia nos han llevado a sentir el fracaso como esencia nacional, a pesar de los discursos grandilocuentes del Bicentenario.
La Argentina es, por excelencia, el país de las disparidades territoriales, que se expresan a través de desigualdades marcadas en la actividad económica y el nivel de vida entre las distintas regiones, especialmente en la eterna dicotomía Buenos Aires y el Interior. Desde sus orígenes, el país ha organizado su territorio como consecuencia de una especie de contrapunto entre Buenos Aires y el Interior, finalmente resuelto a favor del puerto-capital-centro industrial, decíamos en el libro citado (Daguerre, et al. Óp. cit.) a lo que podemos agregar a favor de los centro financiero y globalizador, que concentra el poder y absorbe los beneficios del desarrollo
En las últimas décadas la Argentina detenta la singularidad de ser un país de las disparidades territoriales que se expresan en la permanente dicotomía Buenos Aires vs el Interior, aspecto que se mantiene en los 200 años de historia y que se ha agravado con la destrucción de las economías regionales y el consecuente proceso de destrucción sistemática de la trama social. La superación de esta cuestión debe basarse según Roffman (2000) “en una decidida acción del Estado, en todos sus niveles, que modifique su actual abstencionismo ante el drama económico social. Una estrategia integral de ataque a las causas estructurales del atraso, el desempleo y la pobreza no admite demoras”. Por ahora no se avizora tal acción sino más bien una profundización de la concentración en los mínimos espacios privilegiados actuales.
Podemos agregar, en estos últimos tiempos, otra Argentina, la pampeanizada, relacionada a la imposición del modelo agrícola industrial pampeano a eco regiones no pampeanas, como el Chaco, la Mesopotamia o el Monte que se expande y ejerce una fuerte presión no sólo sobre el territorio, sino especialmente sobre las comunidades de pequeños agricultores, propietarios veinteañales, campesinos o pueblos originarios, que reciben presiones de toda índole para abandonar sus campos. (Pengue, Walter. 2009)
En el mismo itinerario de interpretaciones, un reciente estudio geográfico (Velásquez, 2009) concluye que el NOA y el NEA, regiones históricamente proveedoras de mano de obra, se constituyen en epicentros de la adversidad, en tanto que las restantes regiones argentinas (Cuyo, Pampeana, Metropolitana y Patagónica) aparecen en posición más favorable. Esto, asegura el autor, no se relaciona con un ingenuo regionalismo, porque estos últimos territorios se reproducen los mismos mecanismos de diferenciación que muestra la escala nacional, en la que existen minoritarios grupos sociales con privilegios crecientes y, por el otro, grupos sociales mayoritarios cada vez más alejados de los supuestos beneficios del bienestar. Al analizar el peso de los factores de diferenciación puede comprobarse que los argentinos que residen en zonas inaccesibles también padecen en su entorno los fenómenos negativos vinculados con expulsión de población, ausencia de servicios (particularmente educativos y sanitarios) propios de cierta escala urbana, baja generación y apropiación de riqueza, precoz inserción laboral, elevada fecundidad. Estas carencias y muchas más se producen, asimismo, en contextos más conservadores y de mayor polarización social que los de otras regiones. En contraposición, las condiciones favorables también tienden a interactuar entre sí contribuyendo no sólo a la perpetuación, sino también al incremento de la diferenciación social y territorial.
En cambio de enfrentar estas pétreas realidades, el discurso y la burocracia estatal han creado la Subsecretaría de Planificación Territorial de la Inversión Pública -constituida como área dependiente del Ministerio de Planificación Federal, Inversión Pública y Servicios-, con la finalidad de poner en marcha una mítica política de desarrollo territorial estratégico. Esta tiene el objetivo supremo de construir un país integrado y equilibrado desde el punto de vista territorial, con una fuerte identidad ecológica y ambiental y con una organización que favorezca la competitividad de la economía y el desarrollo social.
Los fundamentos sobre los cuales se asienta esta –insistimos, mítica- política son:
• La recuperación de la planificación desde el Estado como promotor del desarrollo y ordenamiento territorial.
• La promoción del desarrollo territorial, entendido como proceso mediante el cual se acrecientan las capacidades de un determinado territorio para alcanzar de modo sustentable el bienestar económico y social de las comunidades que lo habitan.
• La articulación de las políticas públicas de impacto en el territorio, superando la inercia heredada caracterizada por las miradas e intervenciones sectoriales que no dan cuenta de la compleja y dinámica vinculación entre ambiente, economía y sociedad.
• La participación y transversalidad en la planificación y la gestión, propiciando la articulación entre los distintos niveles de gobierno y el consenso con las organizaciones de la sociedad civil.
Con absoluta sinceridad todavía no vemos emerger por sobre la política económica neoliberal vigente en nuestro país este contradictorio discurso acerca de la política de desarrollo territorial estratégico sumado a las propuestas del documento sobre la “Argentina del Bicentenario. 1816-2016. Versión Preliminar (1)”; sino que más bien se advierte el predominio de una organización espontánea del territorio ligada a las fuerzas económicas y dependientes de las decisiones injustas empresariales, transnacionales, financieras y neocoloniales más que las propiciadas por otros actores sociales relevantes. Se identifican en el documento las áreas a cualificar, los corredores de conectividad que articulan el territorio y el sistema policéntrico de núcleos urbanos, etc. etc. etc., que aún son más palabras en el vacío de nuestro vasto territorio.
Lo que sí se advierte como real es una porción de la Argentina cada vez más rica –cercada por los límites de los clubes de campo o “countries” y en las ciudades segregadas-, distanciada de las otras Argentinas (la pobre, la marginada, la inaccesible, la ambientalmente deteriorada, la de los “otros” como los pueblos originarios).
A esta disparidad geográfico social se agrega hoy –circunstancialmente o no, mediáticamente o no-, pero sí cada día con más fuerza la oposición Campo-Ciudad o Campo-Gobierno que es una manifestación más de lo mismo que apuntábamos cuando esbozábamos la dicotomía Buenos Aires vs. El Interior, con ciertas disparidades que no es aquí el momento de profundizar.
Por último, desearíamos haber concretado otro balance geográfico para nuestro querido país, y poder distinguir como Harvey “espacios de la esperanza” nacionales, regionales y locales –los habrá, lo sé, embrionarios, identificables, pioneros-, pero no son ostensibles frente a la realidad nacional ya que la construcción de territorios para un futuro sustentable y humano no ofrece hoy visos de certeza en la Argentina del Bicentenario. Será, en consecuencia, la sociedad argentina la que decida y demande al respecto…
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Diana Durán - Lic. en Geografía de la Universidad del Salvador. Docente del ISFD Nº 79, ISFT Nº 190 e ISFD y T Nº 159 de Punta Alta. http://geoperspectivas.blogspot.com