¿Cuánto cuesta una especie de lagartija?
Mi intención inicial era explicaros qué dieron de sí los dos días y medio que pasé en Madrid en el Media For Science Forum debatiendo sobre el presente y retos futuros del periodismo científico en un panorama mediáticamente tan cambiante como el actual. Resultó muy interesante para los interesados. Pero entrándome el pánico de aburrir, consulté a mi lectora imaginaria y me dijo que prefiería escuchar las reflexiones suscitadas por el estudio sobre la extinción de lagartijas presentado en rueda de prensa en el mismo congreso.
Si como de costumbre –por suerte o por desgracia- mi imaginación vuelve a alejarse de la realidad, decídmelo porque además de leer el blog del encuentro podemos debatir si existe alguna fórmula para evitar la reducción progresiva de tiempos de que dispone un profesional del periodismo científico para leer, contrastar y elaborar notas de calidad si quiere mantener unos ingresos mínimamente dignos. Y si los refritos de notas de prensa o científicos voluntariosos pueden ocupar su lugar. Pero a lo que íbamos… Como quizás habréis leído en varios medios, un artículo publicado por una veintena de autores el pasado jueves en la revista Science sugiere que el cambio climático ya ha provocado la extinción de un buen número de especies de lagartos y lagartijas. Y de continuar así, el 20% de ellas podrían desaparecer de aquí al 2080. En zonas tropicales y cálidas, cuando las temperaturas en época de reproducción son más altas de lo normal, las muy perezosas se quedan en sus refugios para evitar que su poco autónomo sistema reptiliano de regulación de temperatura corporal les juegue una mala pasada. Como consecuencia, se alimentan y reproducen mucho menos, y decrece el número de individuos hasta llegar a extinguirse. Esta es la explicación que ofrecen los científicos a las pérdidas documentadas durante las últimas décadas en México y varios otros países, y viene avalada por experimentos y modelos pronosticando que seguirá en aumento. Quizás tengáis –como fue mi caso- una primera sensación de incredulidad. ¿No estarán las lagartijas desapareciendo por pesticidas, deforestación, u otras actividades humanas? En muchos sitios sí, pero los investigadores aseguran que hay áreas inhóspitas cuyo único vector es el calentamiento global. ¿Son tan sensibles los lagartos? Al fin y al cabo, llevan millones de años superando eventos climáticos más extremos; y no son como los anfibios que necesitan charcas y condiciones más específicas para sobrevivir ¿no pueden las lagartijas desplazarse a latitudes superiores en los montes, o buscar áreas un poco más fresquitas? En los bosques y selvas que todavía se mantienen intactas sí, pero estando cada vez más fragmentadas resulta complicado. Y como el aumento de temperaturas de las últimas décadas es tan rápido, no tienen tiempo de ir adaptándose genéticamente como ocurrió en los lentos cambios climáticos del pasado. ¿Convencidos del todo? Claro que no. Como cualquier primer estudio que plantee una nueva hipótesis, debemos mantener un cierto escepticismo hasta que diferentes investigadores reproduzcan los mismos resultados. De hacerlo –y posiblemente así será porque el trabajo parece exhaustivo y metodológicamente muy sólido-, éste pasará a ser un artículo de referencia muy citado e influyente. Pero bien podría ocurrir lo contrario y con el tiempo dejarlo relegado al olvido. No olvidemos que estadísticamente la mayoría de nuevas hipótesis terminan siendo refutadas; y ya sabemos que publicándose en Science o Nature todavía tiene más posibilidades de exagerar la realidad que si apareciera en una revista de menor impacto. Pero asumiendo que sea cierto y el cambio climático esté extinguiendo a las especies más sensibles de lagartijas; demos un paso adelante. ¿Para qué sirve este estudio? De verdad; ¿para qué sirve conocer estos datos? Pues entre otras cosas para concienciarnos del problema y planear medidas que intenten frenar su extinción, no? Mi pregunta a los científicos durante la rueda de prensa fue si conocían el impacto económico de la desaparición de lagartijas. Su respuesta resumida: “todavía no, pero lo estamos evaluando con gran interés”. Puede que la pregunta sonara fría y fuera de lugar, pero tenía toda la intención del mundo. La semana pasada la ONU presentó un informe diciendo que los esfuerzos en protección de biodiversidad de los últimos años han servido de bien poco. Por mucho que hayamos mejorado en concienciación social, gobiernos e instituciones no asumen planes efectivos para protegerla. Y no se ha frenado el ritmo de disminución de especies. Uno de los factores más importantes que achacaban a esta carencia era una falta de valoración económica de la biodiversidad que permitiera hablar un triste idioma común. Como ya hemos dicho en varias ocasiones, la biodiversidad no es sólo una fuente de riqueza natural. También lo es económica. Pero para defender eso hacen falta números. Espero no contagiarme, pero en mi periplo residiendo en Washington DC rodeado de instituciones y organismos internacionales dedicados a salvar el mundo empiezo a entender cómo piensan y actúan dentro de sus departamentos. Imagina que eres un economista trabajando en el área de medioambiente de una institución con fondos dedicados a –entre otras cosas- financiar programas de protección de la biodiversidad. Ante la avalancha de peticiones que te llegan, y con un presupuesto que no alcanza para todo, ¿qué quieres saber si te llega una propuesta pidiéndote X dólares para proteger unas delicaditas lagartijas de Perú o Colombia que no son capaces de superar unas décimas de grado más en primavera? Pues las consecuencias a medio y largo plazo de su desaparición. Y forzado a priorizar, la moneda de cambio en muchas ocasiones suele ser el mismo dólar; ¿Qué pérdidas en agricultura, turismo, o sanitarias, conllevará la pérdida de cada especie? Evidentemente es una posición muy controvertida y con convencidos detractores. Primero por un argumento místico absolutamente válido defendiendo que no se debe economizar la ecología sino ecologizar la economía. Y segundo porque podría justificar el desentendimiento en la protección de especies cuyo valor económico para la sociedad que las alberga sea escaso. Lo se; a mi también me da un gran reparo, y muchísimas organizaciones no gubernamentales o asociaciones de voluntarios no se rigen por estos aberrantes parámetros. Pero no los menospreciemos dogmáticamente, porque conocer el impacto económico de la pérdida de biodiversidad podría jugar un papel muy a nuestro favor en la mayoría de ocasiones. De hecho, este post sirve de introducción al próximo en que uno de nuestros expertos nos explicará un clarísimo ejemplo de ello...
Autor: Pere Estupinya.