Promoviendo una educación hacia el Desarrollo Sostenible
Por : Cristian Frers
La educación es, a la vez, producto social e instrumento de transformación de la sociedad donde se inserta. Por lo tanto, los sistemas educativos son al mismo tiempo agente y resultado de los procesos de cambio social. Ahora bien, si el resto de los agentes sociales no actúa en la dirección del cambio, es muy improbable que el sistema educativo transforme el complejo entramado en el que se asientan las estructuras socioeconómicas, las relaciones de producción e intercambio, las pautas de consumo y, en definitiva, el modelo de desarrollo establecido.
Para comprender qué es la educación ambiental, es conveniente explicar lo que no es. La educación ambiental no es un campo de estudio, como la biología, química, ecología o física. Es un proceso. Para muchas personas, este es un concepto que se le hace difícil comprender. Mucha gente habla o escribe sobre enseñar educación ambiental. Esto no se puede llevar a cabo. Uno puede enseñar conceptos sobre esta problemática, pero no educación ambiental.
La falta de consenso sobre lo que es la educación ambiental puede ser una razón de tales interpretaciones erróneas. Con frecuencia educación al aire libre, educación para la conservación y estudio de la naturaleza son todos temas considerados como educación ambiental. Al mismo tiempo, parte del problema se debe también a que el mismo término de educación ambiental es un nombre no del todo apropiado.
En realidad, el término Educación para el Desarrollo Sostenible sería un término más comprensible, ya que indica claramente el propósito del esfuerzo educativo: educación sobre el desarrollo sostenible, el cual es en realidad la meta de la educación ambiental. Esto implica la necesidad de incluir los programas de educación ambiental en la planificación y en las políticas generales, elaboradas a través de la efectiva participación social. Demasiadas veces se cae en la tentación de realizar acciones atractivas, con una vistosa puesta en escena y grandes movimientos de masas, que no comprometen demasiado ni cuestionan la gestión que se realiza. La educación ambiental debe integrarse con la gestión y no ser utilizada como justificación ante las posibles deficiencias de ésta.
Para hacer posible los propósitos de la educación para el desarrollo sostenible, es decir, mejorar todas las relaciones ecológicas incluyendo las del mismo hombre con la naturaleza y las del hombre entre sí; así como también generar conciencia, interés, aptitudes, motivaciones y compromisos con el ambiente, la educación ambiental debe transmitir conceptos básicos como: El reto que debemos plantearnos hoy en día es el de favorecer la transición hacia la sostenibilidad y la equidad, siendo conscientes de que esta transición requiere profundos cambios económicos, tecnológicos, sociales, políticos, además de educativos.
Un propósito fundamental de la educación para el desarrollo sustentable es lograr que tanto los individuos como las colectividades comprendan la naturaleza compleja del ambiente resultante de la interacción de sus diferentes aspectos: físicos, biológicos, sociales, culturales, económicos, entre otros; y adquieran los conocimientos, los valores y las habilidades prácticas para participar responsable y eficazmente en la prevención y solución de los problemas ambientales en la gestión de la calidad del ambiente. La educación ambiental resulta clave para comprender las relaciones existentes entre los sistemas naturales y sociales, así como para conseguir una percepción más clara de la importancia de los factores socioculturales en la génesis de los problemas ambientales. En esta línea, debe impulsar la adquisición de la conciencia, los valores y los comportamientos que favorezcan la participación efectiva de la población en el proceso de toma de decisiones. La educación ambiental así entendida puede y debe ser un factor estratégico que incida en el modelo de desarrollo establecido para reorientarlo hacia la sostenibilidad y la equidad.
La educación ambiental para una sociedad sostenible y equitativa es un proceso de aprendizaje permanente, basado en el respeto por todas las formas de vida. Es una educación que afirma valores y acciones, que contribuyen con la transformación humana y social y con la preservación de los recursos naturales y el ambiente.
Por lo tanto, la educación para el desarrollo sostenible, más que limitarse a un aspecto concreto del proceso educativo, debe convertirse en una base privilegiada para elaborar un nuevo estilo de vida. Ha de ser una práctica educativa abierta a la vida social para que los miembros de la sociedad participen, según sus posibilidades, en la tarea compleja y solidaria de mejorar las relaciones entre la humanidad y su medio.
Se escribe y se habla, bastante más que en el pasado, sobre el tema. Es un avance. La educación ambiental ha tomado cierta relevancia en el desarrollo de la sociedad durante los últimos años y se encuentra incluida en los currícula escolares pero lo hace desde una línea transversal no como nueva disciplina.
En la vida cotidiana, las industrias producen diariamente toneladas de elementos contaminantes que esparcen en la atmósfera o lanzan como residuos a los mares y ríos. Consumimos frenéticamente cantidades desproporcionadas de energía para la producción o para el transporte. Generamos exceso de basura para embalaje. En los establecimientos que expenden o producen alimentos no se cautela con la debida atención la salud de los consumidores. Se utilizan constantemente materias derivadas de especies o ambientes amenazados (cuando ya no se los ha extinguido o destruido concientemente). Se usa en exceso los pesticidas en los cultivos y se los diluye en las aguas de riego. Esparcimos por todas partes, especialmente en las calles y playas, toneladas de desperdicios que han ido ensuciando progresivamente el paisaje y deteriorando la salud pública. No prevemos las catástrofes, las inundaciones y otros fenómenos naturales y explotamos indiscriminadamente nuestros valiosos recursos naturales sin tomar conciencia que no son inagotables.
Estamos deteriorando y envenenando sistemática y colectivamente nuestras propias condiciones de vida y no se ha tomado las medidas urgentes que se requieren: no hemos tenido una política ambiental, poseemos una legislación abundante pero fragmentada, existen vacíos en la información ambiental, hay exceso de permisividad para la contaminación y esfuerzo insuficiente en las escuela y la sociedad por crear una conciencia nacional que permita enfrentar el suicidio ecológico en que estamos perseverando… más allá de todas las buenas palabras. Lo que sucede en Argentina se reproduce, con menor o mayor gravedad, a escala planetaria.
Es necesario plantearse un cambio para el siglo XXI, un cambio que suponga una ruptura del sistema actual para evolucionar hacia una nueva sociedad basada en un desarrollo sostenible real, no utópico. Pero a través de nuestra visión compartimentada del mundo, de nuestro egoísmo tecnológico, económico y mercantil, del sistema antropocéntrico dominante sobre el natural, de las luchas encarnizadas entre etnias, del consumismo y despilfarro exacerbado de ciertas sociedades mientras otras atraviesan períodos de penuria, nunca abordaremos el proceso que culmine en un nuevo paradigma de subsistencia universal.
Sólo cuando reflexionemos que formamos parte de un ecosistema mundial donde existen múltiples relaciones bidireccionales, a través de las cuales actuamos sobre el medio pero también el medio condiciona las mismas, estaremos predispuestos al cambio, estaremos en el camino de la actuación racional con el entorno, nos situaremos en un nuevo paradigma necesario para el siglo XXI, el paradigma de la reconciliación del ser humano con la naturaleza para una supervivencia conjunta.
La educación es, a la vez, producto social e instrumento de transformación de la sociedad donde se inserta. Por lo tanto, los sistemas educativos son al mismo tiempo agente y resultado de los procesos de cambio social. Ahora bien, si el resto de los agentes sociales no actúa en la dirección del cambio, es muy improbable que el sistema educativo transforme el complejo entramado en el que se asientan las estructuras socioeconómicas, las relaciones de producción e intercambio, las pautas de consumo y, en definitiva, el modelo de desarrollo establecido.
Para comprender qué es la educación ambiental, es conveniente explicar lo que no es. La educación ambiental no es un campo de estudio, como la biología, química, ecología o física. Es un proceso. Para muchas personas, este es un concepto que se le hace difícil comprender. Mucha gente habla o escribe sobre enseñar educación ambiental. Esto no se puede llevar a cabo. Uno puede enseñar conceptos sobre esta problemática, pero no educación ambiental.
La falta de consenso sobre lo que es la educación ambiental puede ser una razón de tales interpretaciones erróneas. Con frecuencia educación al aire libre, educación para la conservación y estudio de la naturaleza son todos temas considerados como educación ambiental. Al mismo tiempo, parte del problema se debe también a que el mismo término de educación ambiental es un nombre no del todo apropiado.
En realidad, el término Educación para el Desarrollo Sostenible sería un término más comprensible, ya que indica claramente el propósito del esfuerzo educativo: educación sobre el desarrollo sostenible, el cual es en realidad la meta de la educación ambiental. Esto implica la necesidad de incluir los programas de educación ambiental en la planificación y en las políticas generales, elaboradas a través de la efectiva participación social. Demasiadas veces se cae en la tentación de realizar acciones atractivas, con una vistosa puesta en escena y grandes movimientos de masas, que no comprometen demasiado ni cuestionan la gestión que se realiza. La educación ambiental debe integrarse con la gestión y no ser utilizada como justificación ante las posibles deficiencias de ésta.
Para hacer posible los propósitos de la educación para el desarrollo sostenible, es decir, mejorar todas las relaciones ecológicas incluyendo las del mismo hombre con la naturaleza y las del hombre entre sí; así como también generar conciencia, interés, aptitudes, motivaciones y compromisos con el ambiente, la educación ambiental debe transmitir conceptos básicos como: El reto que debemos plantearnos hoy en día es el de favorecer la transición hacia la sostenibilidad y la equidad, siendo conscientes de que esta transición requiere profundos cambios económicos, tecnológicos, sociales, políticos, además de educativos.
Un propósito fundamental de la educación para el desarrollo sustentable es lograr que tanto los individuos como las colectividades comprendan la naturaleza compleja del ambiente resultante de la interacción de sus diferentes aspectos: físicos, biológicos, sociales, culturales, económicos, entre otros; y adquieran los conocimientos, los valores y las habilidades prácticas para participar responsable y eficazmente en la prevención y solución de los problemas ambientales en la gestión de la calidad del ambiente. La educación ambiental resulta clave para comprender las relaciones existentes entre los sistemas naturales y sociales, así como para conseguir una percepción más clara de la importancia de los factores socioculturales en la génesis de los problemas ambientales. En esta línea, debe impulsar la adquisición de la conciencia, los valores y los comportamientos que favorezcan la participación efectiva de la población en el proceso de toma de decisiones. La educación ambiental así entendida puede y debe ser un factor estratégico que incida en el modelo de desarrollo establecido para reorientarlo hacia la sostenibilidad y la equidad.
La educación ambiental para una sociedad sostenible y equitativa es un proceso de aprendizaje permanente, basado en el respeto por todas las formas de vida. Es una educación que afirma valores y acciones, que contribuyen con la transformación humana y social y con la preservación de los recursos naturales y el ambiente.
Por lo tanto, la educación para el desarrollo sostenible, más que limitarse a un aspecto concreto del proceso educativo, debe convertirse en una base privilegiada para elaborar un nuevo estilo de vida. Ha de ser una práctica educativa abierta a la vida social para que los miembros de la sociedad participen, según sus posibilidades, en la tarea compleja y solidaria de mejorar las relaciones entre la humanidad y su medio.
Se escribe y se habla, bastante más que en el pasado, sobre el tema. Es un avance. La educación ambiental ha tomado cierta relevancia en el desarrollo de la sociedad durante los últimos años y se encuentra incluida en los currícula escolares pero lo hace desde una línea transversal no como nueva disciplina.
En la vida cotidiana, las industrias producen diariamente toneladas de elementos contaminantes que esparcen en la atmósfera o lanzan como residuos a los mares y ríos. Consumimos frenéticamente cantidades desproporcionadas de energía para la producción o para el transporte. Generamos exceso de basura para embalaje. En los establecimientos que expenden o producen alimentos no se cautela con la debida atención la salud de los consumidores. Se utilizan constantemente materias derivadas de especies o ambientes amenazados (cuando ya no se los ha extinguido o destruido concientemente). Se usa en exceso los pesticidas en los cultivos y se los diluye en las aguas de riego. Esparcimos por todas partes, especialmente en las calles y playas, toneladas de desperdicios que han ido ensuciando progresivamente el paisaje y deteriorando la salud pública. No prevemos las catástrofes, las inundaciones y otros fenómenos naturales y explotamos indiscriminadamente nuestros valiosos recursos naturales sin tomar conciencia que no son inagotables.
Estamos deteriorando y envenenando sistemática y colectivamente nuestras propias condiciones de vida y no se ha tomado las medidas urgentes que se requieren: no hemos tenido una política ambiental, poseemos una legislación abundante pero fragmentada, existen vacíos en la información ambiental, hay exceso de permisividad para la contaminación y esfuerzo insuficiente en las escuela y la sociedad por crear una conciencia nacional que permita enfrentar el suicidio ecológico en que estamos perseverando… más allá de todas las buenas palabras. Lo que sucede en Argentina se reproduce, con menor o mayor gravedad, a escala planetaria.
Es necesario plantearse un cambio para el siglo XXI, un cambio que suponga una ruptura del sistema actual para evolucionar hacia una nueva sociedad basada en un desarrollo sostenible real, no utópico. Pero a través de nuestra visión compartimentada del mundo, de nuestro egoísmo tecnológico, económico y mercantil, del sistema antropocéntrico dominante sobre el natural, de las luchas encarnizadas entre etnias, del consumismo y despilfarro exacerbado de ciertas sociedades mientras otras atraviesan períodos de penuria, nunca abordaremos el proceso que culmine en un nuevo paradigma de subsistencia universal.
Sólo cuando reflexionemos que formamos parte de un ecosistema mundial donde existen múltiples relaciones bidireccionales, a través de las cuales actuamos sobre el medio pero también el medio condiciona las mismas, estaremos predispuestos al cambio, estaremos en el camino de la actuación racional con el entorno, nos situaremos en un nuevo paradigma necesario para el siglo XXI, el paradigma de la reconciliación del ser humano con la naturaleza para una supervivencia conjunta.